Javi, Laura, Sergio, Rafa y Lucas se habían mezclado con la gente que había entrado a ver la exposición. Eran las once y cuarto de la mañana y el guía les estaba mostrando diversos objetos. Pero el que les importaba de verdad estaba allí delante, dentro de una vitrina de cristal. A una señal de Rafa, José Antonio hizo que las cámaras de seguridad de la sala dejaran de emitir imágenes, causando el desconcierto de los vigilantes. Era ya el turno de Lucas. Rápidamente se zafó del grupo de turistas y buscó la alarma de incendios. Apretó el botón y de inmediato un estridente sonido llenó la sala. Le tocó entonces a Javi y Sergio, que lanzaron sendos botes de humo, un humo denso y negruzco que cubrió la sala. Laura se acercó a la vitrina y empezó a forzar la cerradura. Un par de guardias de seguridad hicieron su aparición en ese instante, pero Rafa y Lucas les dispararon dos dardos, dejándoles inconscientes. En tres minutos Laura sacó la espada de la vitrina y Sergio introdujo la réplica que llevaba escondida bajo su chaqueta. Escondió la original en el mismo sitio y se largó lo más deprisa que pudo. El humo comenzaba a disiparse. La alarma de incendios se detuvo entonces. Rafa dijo a José Antonio que restableciera la imagen. Las cámaras volvieron a emitir su señal. Los vigilantes estaban desconcertados. Al parecer, no había pasado nada a pesar de aquel escándalo. De todas formas, aquello no iba a ser tan sencillo. La policía había llegado mientras el desconcierto estaba sembrado, y cerró las puertas para que no saliera nadie.
―Genial―dijo Rafa―. Ahora estamos jodidos.
―¡Que no se mueva nadie! ―exclamó uno de los policías.
Javi se adelantó, enseñando la insignia de la ADICT.
―¿Y tú quién eres? ―preguntó el policía.
―Presidente de la ADICT.
―¿La ADICT?
―Sí, la ADICT. Avisamos a las autoridades de que alguien intentaría robar aquí y por ello pedimos que se nos concediera la custodia de la espada templaria de la exposición, a lo cual el encargado se negó.
―No parecéis ser de fiar…
―Habló aquí el guardián del orden― bufó Rafa, por lo bajo.
―Si tienes algo que compartir con los demás, adelante―le instó el policía.
―Que te calles, que nos jodes el operativo―le espetó Rafa.
―¡A mí no me faltes al respeto! ―exclamó el policía.
José Antonio miró a Juanjo desde su centro de control.
―Nos ha tocado el poli fantoche.
―Y Rafa diciendo estupideces no ayuda― Juanjo meneó la cabeza.
Y en la exposición…
―¡Y a mí no me tutee! ¡Exijo un respeto! ¡Soy jefe de operaciones de la ADICT―gritó Rafa. El policía se acercó a Rafa, amenazador, llevándose la mano a su porra, haciendo ademán de sacarla.