-Estamos jodidos.
-No me digas...
-Sí te digo, Laura. Sí te digo.
Les habían dejado solos en una habitación oscura, sin ventanas, con una puerta acorazada imposible de tirar abajo. Les habían llevado con los ojos tapados, así que no sabían dónde estaban.
-Hemos estado en un coche. Avanzando irregularmente a través de la ciudad. No hemos salido de París. Había ruido de tráfico continuamente. Si mi orientación no falla (y no suele hacerlo) estamos cerca de La Defénse. El área más metropolitana de París.
-¿Estás seguro de eso?
-Casi. Basándome en lo que te acabo de decir y en el tiempo que hemos estado en ese furgón, yo diría que sí. Ahora la pregunta es... ¿cómo nos largamos?
No había manera de salir de allí. Casi costaba respirar. Les habían soltado y no estaban atados. No era necesario inmovilizarles allí dentro. Les habían quitado las armas y los teléfonos móviles. Estaban totalmente incomunicados con el exterior. No sabían que Irene había tratado de ponerse en contacto con ellos para ponerles al tanto de lo que había sucedido. No sabían que Juanjo había resultado herido ni que Mikhail estaba, muy probablemente, muerto. No sabían que habían hackeado el sistema informático para controlar la seguridad y así poder entrar.
-Tengo frío-musitó Laura.
Javi se acercó a ella y la abrazó.
-Hay una forma de salir de aquí. No sé cuál. Pero la hay-dijo-. Hemos salido de sitios peores y hemos tratado con gentuza de peor calaña que estos aficionados.
-No son aficionados-dijo Laura-. Parece que les enviaba Vicente. Parece que han estado colaborando con él.
Javi soltó el abrazo y se dirigió a la puerta. La aporreó varias veces con la palma de la mano, insistentemente.
-¿Qué quieres? -sonó una áspera voz, al otro lado.
-Tiene frío. Dadme una manta.
-Que se aguante-respondió la voz.
Javi aporreó la puerta de nuevo, impotente. A los pocos segundos oyó pasos y la puerta se abrió. Entró por ella una mujer alta y rubia. Claire.
-Deja de aporrear la puerta o será peor para ti.
-¿Quiénes sois? -preguntó Laura.
-Si queréis salir de aquí, descifrad la pista y decidnos dónde ir.
Javi dio dos pasos al frente y se encaró con la mujer rubia. Aparentaba unos treinta años, tenía los ojos verdes y vestía totalmente de negro.
-Decidnos quiénes sois y a lo mejor descifro algo.
-No estás en disposición de negociar-dijo la mujer, mirándoles y sonriendo con desdén-. Sé que eres de los mejores detectives que hay ahora por aquí y estás buscando lo mismo que estoy buscando yo. Así que dime lo que quiero saber para que pueda contárselo a Vicente.
-¿Por qué Vicente no va él solo como ha estado yendo hasta ahora? -preguntó Javi, escupiendo las palabras.
-Vicente nunca ha estado solo. Nosotros estábamos siempre en las sombras, organizando todo.
-¿Organizando? -se extrañó Laura.
-Nosotros nos pusimos en contacto con los narcos que traficaban con sangre en Cartagena. Nosotros infiltramos a los peones de los Vicuña en residencias universitarias, falsificando sus identidades para que cuando comprobaran sus edades no pudieran encontrar que habían pasado veinte años. Nosotros cambiamos a conveniencia los hechos para que courran como queremos. Nosotros elaboramos el virus ponzoñoso. Nosotros movemos el mundo en la sombra y vosotros no sois nadie para detenernos. Y nos habéis causado muchos problemas desde que metisteis la nariz en la residencia universitaria, luego secuestrando a Peñaranda y destruyendo el virus. Sí. Las tres órdenes ancestrales han jugado bien su papel, pero siempre hemos estado detrás. Cada vez un poco más cerca. Nunca habíamos estado tan cerca. Si no estuvierais en medio, malditos entrometidos...