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Así fue el final de una relación de una pareja que tuvo miles de discusiones, que tuvo miles de mal entendidos tontos. Así fue el final de una relación que luchó por ser la mejor, pero que fracasó en el intento.

Dicen que todo final también tiene un comienzo, que hay un nuevo amanecer, que el sol no deja de brillar para nadie. Pero nadie te dice que entre ese comienzo también hay dolor, sufrimiento, remordimiento, pena. Nadie te dice que en ese comienzo habrá pesares más grandes que los que se quedaron atrás. Todo final tiene un comienzo, pero ¿cómo entender éste si aún no sabes el pasado?

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Daniel Balbiani. Dan. Era una persona inteligente, asistía en uno de los mejores colegios del país y también era sobresaliente en todas sus clases. Vestía ropa casual, pero a la moda. Era alto, delgado, con cabellos chinos de color castaño siempre bien peinados, tenía ojos cafés como el tronco de un árbol y usaba lentes. Su familia estaba en el rango de sociedad alto, tenían una buena casa y bastante dinero, puesto que la familia poseía una gran fortuna debido a las empresas que manejaban. Dan era el menor de tres hermanas, Laura, Mia y Judith, todas con excelente rango educativo, pero solteras. Dedicadas exclusivamente a su profesión y a pasar tiempo con su familia. Aunque Laura ha estado viviendo varios años fuera de la ciudad. Su madre era ama de casa y su padre era propietario de una de las empresas de la familia. Dan parecía pertenecer plenamente a todo aquello que lo rodeaba, pero no era así. Él era diferente. 

Durante su estancia en la secundaria adoptó personalidades diferentes, agresivas. Se comportaba como alguien a quien no le interesa en lo más mínimo seguir con vida, como si nada de lo que hiciera tuviese sentido. Tras estas distintas formas de ser, sus padres decidieron que era bueno consultar un psicólogo que básicamente hiciera lo que ellos no habían podido: prestarle atención. ¿Acaso ese es el trabajo de un psicólogo? No, pero los padres a veces creen que basta con que ellos nos den consejos de supervivencia o que en vez de enseñarnos a reír, rían por nosotros. Y exactamente eso sucedió. Dan acudía al psicólogo dos veces por semana, todas por la tarde. Siempre eran las mismas preguntas: ¿cómo te sientes?, ¿cómo va la relación con tu familia?, ¿has hablado ya con alguien más sobre esto? Pero realmente nada de esto funcionaba. Él era inteligente y sabía cómo hacer para que nadie notara que seguía por el mismo camino. Así que no fue difícil para él engañar a su primer psicólogo. Sus padres también estaban maravillados, creían que el proceso era bastante largo, pero que estaba valiendo la pena. Durante el periodo en que Dan estuvo en tratamiento todo estuvo tranquilo, al menos para la familia, pasaban el tiempo juntos y a veces parecía que todo estaba resuelto y que, en realidad, nada había ocurrido. En una ocasión se encontraban planeando una salida familiar, su madre estaba tan entusiasmada que parecía una niña de cinco años, hacía propuestas impresionantes y sus hijas reían con ella. Su padre se encontraba en la sala de estar junto a Dan, veían una de esas películas de guerra románticas, donde el soldado tiene a su amada al otro lado del mundo.

-¿De verdad existe el amor como el de esta estúpida película? –dijo mientras alcanzaba un vaso que se encontraba en la mesita central.

-Tal vez no como en las películas, pero existe. Un día lo encontrarás, y te aseguro que estarás más emocionado que una mujer que llora porque su película favorita terminó con un final feliz. –el padre se limitó a sonreír y Dan no tuvo más preguntas. Imaginó cómo sería la chica de la que se enamoraría alguna vez e inmediatamente se le vino un recuerdo a la mente.

Cuando él cursaba quinto año de primaria se hizo amigo de una niña llamada Elizabeth Mitre. Eli, ella era de piel un poco morena, delgada, alta como él, sus ojos eran de una mezcla entre el café y el verde que juntos parecían formar un flor dentro de ellos, su cabello era castaño oscuro y usaba flequillo. No recuerda exactamente cómo es que se hicieron amigos, pero la amistad que tenían era sumamente importante, siempre platicaban de cosas sin sentido y reían mucho. Eran amigos de un niño llamado Pablo y de una niña llamada Lola. Siempre estaban juntos, imaginaban cosas extraordinarias y reían porque probablemente nada de ello se haría realidad. Pero Dan comenzó a sentir que su amistad con Eli iba más allá de risas y sueños, él ya no la miraba como una amiga, cada día la miraba más linda y con una bella sonrisa, se imaginaba tomado de su mano y caminando por los pasillos, incluso lo soñaba. Y así fue como se dio cuenta que estaba enamorado, pero aquel fue un amor pasajero. No tuvieron una relación porque eran pequeños como para pensar en ello, y al salir de quinto año no volvieron a cruzar palabras. Cuando se veían se limitaban a sonreírse y seguir su camino. Hasta aquel día que su padre le hizo recordar que una vez se había enamorado, pero que claramente ese amor no fue como ninguna película.


Lo que tu amor me dejó.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora