Escuché los pasos de Poche alejándose, el sonido de los zapatos cayendo al suelo, así como el sonido de una cremallera siendo desabrochada. Se estaba desnudando y mi excitación alcanzó un nivel aún mayor debido a la anticipación. Oí más y más pasos, creo que estaba caminando por mi habitación hasta que estuvo cerca de mí otra vez, su miembro erecto rozando mi culo.
- Sabes, Daniela… Has sido una mujer muy mala desde el día que te conocí.
¿Qué?
- ¿Qué quieres decir?
Otra dura y caliente bofetada me golpeó, esta vez en la nalga derecha, haciéndome soltar un fuerte gemido. Dios, eso dolía y al mismo tiempo hacía que mi intimidad clamara por el orgasmo.
¿Cómo era posible?
- ¡No recuerdo haberte dado permiso para hablar, Daniela! – dijo con brusquedad. – Tendré que enseñarte algunos modales, conejita.
Casi abrí la boca para decir algo, pero me detuve inmediatamente. Sus bofetadas me excitaban y eso era un hecho, pero también quería saber lo que tenía en mente y para eso, tenía que estar callada.
- Continuando, lo primero que hiciste mal fue hacerme perder el control. Nunca me corro dentro de una mujer en el momento en que estoy actuando. Me corrí dentro de ti porque me hipnotizaste con tu mirada. Creo que te mereces un castigo por eso, ¿no, Daniela?
¿Me lo merezco?
Si ella lo dice, seguramente sí.
¡Otra bofetada fuerte en mi nalga izquierda! Y, maldita sea, si recibiera otra bofetada, creo que me derretiría junto con la cascada de excitación que liberaría mi coño.
- ¡Contéstame, Daniela! Cada vez que te hago una pregunta, tienes el deber de responderme.
Oh, sí.
- Sí, me merezco un castigo por eso, señora.
- Sí, te lo mereces. Y también te mereces un castigo por hacer un hechizo para que mi polla no se levante por otra mujer. Porque eso es lo que está pasando, Daniela. No he tenido una erección por otra mujer desde el día que tuve sexo contigo. Y eso no está bien, ¿verdad?
- No, no está bien, señora.
- Bien… - se quedó en silencio durante unos minutos, pasando su mano por mi culo caliente y ardiente. – Diez bofetadas, Daniela. Te daré diez bofetadas por todo lo que me has hecho. ¿Estás de acuerdo?
- Sí, señora.
- Perfecto. ¿Por qué estamos haciendo esto, Daniela? ¿Por qué te inclinas y me obedeces?
- Porque quería saber cómo es… - primera bofetada. Fuerte y rápido, justo en el medio del culo.
Me acarició y yo gemí, brincando hacia ella, con mi cuerpo pidiendo más y, al mismo tiempo, suplicando un orgasmo.
- Sigue hablando, no pares.
Segunda bofetada, en el lado derecho, siguiendo la secuencia que ella había iniciado cuando me equivoqué en algo.
- Porque quería saber cómo era, señora. – Gemí, recibiendo la tercera y cuarta bofetada.
Mi carne ardía y las paredes de mi vagina estaban tan apretadas que estaba segura de que con un solo toque en mi clítoris me correría.
- ¿Y por qué te golpean? – preguntó, acariciando ligeramente mi culo.
- Po-porque tu-tu...
Quinto y sexto, el eco de los azotes llenó toda mi habitación.
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