La Abuela Feng resultó ser muy distinta a como Mei se la había imaginado. Para empezar, ni siquiera era una abuela. Como mucho tendría unos diez años más que su madre y ni una sola cana en la larga melena azabache. Lo único que de algún modo parecía verse viejo en ella eran sus ojos, del mismo tono gris que el cielo en un día lluvioso, y que parecían haber visto el surgimiento y la caída de muchos imperios.
La mujer había llegado temprano, mientras su madre se preparaba para ir a buscar trabajo, y consigo traía galletas caseras para desayunar. Tal vez si Mei fuese otro tipo de persona el orgullo le habría impedido darles una sola mordida, pero como no lo era y en su caso el estómago siempre ocupaba un lugar de honor, ahora mismo estaba sentada a la mesa de la cocina, engullendo una galleta tras otra bajo la divertida mirada de la Abuela Feng. Su madre se había marchado hacía un rato, no sin antes dirigirle una mirada de advertencia sobre cómo quería que se comportase.
—Mañana traeré más —dijo la Abuela, señalando el plato casi vacío—; así puedes guardar para merendar más tarde. Me alegra ver que tienes buen apetito.
—Mamá dice que como demasiado y que es un milagro que no esté pesando más que ella —comentó Mei con la boca llena.
—Tonterías. No hay nada mejor que un niño con buen apetito; odio todas esas idioteces modernas sobre dietas sanas y sin azúcar. ¡Lo mejor que tiene ser niño es el azúcar!
—Las que siguen esas dietas son mujeres de tu edad. Hablas como si fueras más vieja —aquello le ganó una sonora carcajada de la mujer.
—Pues me alegra saber que solo me ves como vieja a secas —dijo entre risas—. La verdad es que soy más anciana de lo que aparento.
—¿Cuánto?
—Lo suficiente —le guiñó un ojo maquillado—. Para que tengas una idea, tu madre no es la única adulta a la que he visto nacer.
—Eso no quiere decir nada —repuso Mei—. No puedes llevarle más de diez años a ella. ¿Por qué te dicen Abuela? ¿Y cuál es tu verdadero nombre?
—Lien, pero ya nadie lo usa. Todos me llaman Abuela Feng y es un honor que sea así —se irguió en la silla con orgullo—. Significa que soy el miembro más antiguo y por tanto, líder de la ancestral familia Feng.
—¿Qué tan ancestral?
—Fundamos esta ciudad; éramos los guardianes del antiguo templo antes de que se destruyera.
—¿Templo?
—¿Tu madre no te contó nada? —frunció el ceño extrañada—. Esta ciudad tiene mucha historia; esperaba que supieses al menos lo básico.
—Ni siquiera sé lo básico de lo básico —Mei engulló la última galleta y se echó hacia atrás en la silla, satisfecha—. Hasta ayer mismo creía que mi mamá era de la capital. Dice que se le olvidó contarme que había nacido aquí.
—Kaylan y sus secretos... —suspiró la Abuela, frotándose el puente de la nariz con los dedos—. Sinceramente no sé en qué está pensando. Falta menos de un mes para que empiecen las clases y si no sabes nada de la historia de aquí pasarás mucho trabajo; nuestras escuelas le dan bastante importancia a eso.
—Entonces cuéntame tú lo que tengo que saber —se encogió de hombros—; estoy segura de que a Mamá le alegrará no tener que hacerlo ella.
—Solo puedo decirte algunas cosas; hay partes que únicamente le corresponden a Kaylan enseñar... No, no te diré cuáles partes —añadió severa ante la mirada inquisitiva de Mei—. No pienso buscarme un problema con tu madre por haber hablado de más.
—Bien. Cuenta entonces lo que no te va a buscar problemas —accedió la niña de mala gana.
—De acuerdo... Lo primero que debes saber es que nuestra ciudad nació a partir de un templo, el templo de mi familia —la Abuela se sacó un lapicero y una pequeña agenda del bolsillo de la falda y dibujó un círculo en la última página—. Al inicio sólo los Feng vivíamos aquí; en aquel tiempo la gente nos temía y nadie se acercaba a menos que nos necesitase.
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La caza del zorro
FantasyGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...