Las luces de la calle estaban apagadas en aquella zona y en el cielo lleno de nubes no se avistaba ni un resquicio de luna. No se suponía que fuese capaz de vislumbrar algo más allá de sus propias narices, pero aun así Mei lo veía todo. Una luz que todavía no sabía de dónde venía iluminaba las cosas a su alrededor con una amalgama de azul y naranja.
Debía ser muy tarde; todas las casas estaban con sus ventanas cerradas y por las rendijas no asomaba ninguna luz. El único ruido que se escuchaba era el de los grillos y ellos se callaron abruptamente cuando dio un paso hacia adelante, logrando que un escalofrío le recorriese la espalda.
No recordaba haber estado nunca en aquel barrio. Las casas eran todas de dos pisos y del mismo tamaño, pegadas unas con otras de tal modo que sus azoteas podían ser consideradas una sola. Debía estar muy lejos de su edificio y ni siquiera sabía cómo había llegado hasta allí.
Confusa quiso darse la vuelta, pero algo, una especie de fuerza que no sabía exactamente de dónde venía, la empujó hacia adelante. Intentó oponer resistencia, pero era imposible; no podía moverse como no fuera para avanzar.
—Camina —la voz sonó lejana y vagamente familiar.
Miró alrededor pero no parecía haber nadie cerca. ¿Sería de alguien que la observaba desde alguna de las ventanas? ¿Y por qué se le hacía familiar?
—Camina —insistió la misma voz y esta vez sus piernas se movieron como si tuvieran voluntad propia.
Intentó detenerlas sin resultado; solo obedecían a las órdenes misteriosas. Quiso mover los brazos, girar la cabeza, pero no pudo. Era como verse convertida en una marioneta de carne y hueso; lo percibía todo, pero su cuerpo no le pertenecía. Estaba sometida a la voluntad de algún macabro titiritero invisible.
Sintió miedo y ganas de llorar. Ya casi podía sentir el calor de las lágrimas asomando, cuando llegó a la esquina y en la entrada de un callejón a su derecha apareció la alta figura de un hombre de espaldas.
Intentó hablar, preguntarle si era él el responsable de aquella pesadilla, pero sus labios permanecieron sellados; ni siquiera eso era capaz de controlar.
—Lo escojo —dijo la voz—. Ahora mátalo.
¡¿Matar?! Mei se vio obligada a girar el cuerpo hacia el hombre y sintió cómo sus músculos se tensaban, prestos a cumplir aquella horrorosa orden. Quiso gritarle que corriera, que huyera, pero de su garganta solo surgió un sonido estrangulado que le recordó a un animal. Sin embargo, fue suficiente para que el desconocido se diese cuenta de que ya no estaba solo.
Dándose la vuelta hacia ella, se la quedó mirando como si no pudiese creer lo que tenía enfrente. Era joven, tal vez de la edad de su madre, y del cuello le colgaba una cámara fotográfica.
—Tú... —lo oyó susurrar con unos ojos como platos. Tal parecía que veía en ella a un monstruo y no una niña.
Mei intentó advertirle de nuevo del peligro, pero apenas dio un paso hacia adelante, él retrocedió a tropezones balbuceando cosas incoherentes para luego echar a correr.
—¡No dejes que escape! —la voz sonó mucho más clara, quizás producto de su ira, y esta vez se hizo patente que era una mujer—. ¡Mátalo ya!
Ni siquiera pudo emitir un sonido en protesta. Su cuerpo se lanzó a correr tras él, que de la impresión cayó al suelo e intentó huir a gatas. Pero las piernas de Mei tenían más fuerza y se movían más rápido que de costumbre; en segundos lo tuvo a menos de un metro.
Lo escuchó emitir un gemido y empezar a balbucear lo que parecían ser ruegos mezclados con rezos. Ya ni siquiera atinaba a gatear; temblaba tanto que lo único que alcanzaba a hacer era arrastrarse con los codos. Su pánico horrorizaba a Mei, quien luchaba con todas sus fuerzas por recuperar el control sobre su cuerpo, pero no tenía oportunidad contra aquellos hilos invisibles; lo máximo que lograba era oponer una leve resistencia a cada movimiento.
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La caza del zorro
FantasyGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...