La ciudad era realmente preciosa, en especial ahora que la Abuela había convencido a su madre de que era seguro dejarla sola en el apartamento y permitirle salir en cortos paseos. Mei tenía que admitir que aun si no tuviese una historia plagada de espíritus, se habría enamorado de ella del mismo modo.
Hasta el momento no había podido explorar mucho, apenas las dos manzanas a la redonda que le permitían recorrer sin compañía, pero en la semana que llevaba viviendo allí se había asegurado de aprenderse al dedillo cada detalle de ellas. Le gustaban especialmente las casas que había en la calle siguiente al edificio, todas con un estilo antiguo que le hacían pensar en el viejo templo de los Feng, con sus puertas corredizas y sus tejas rojas. Le habría gustado más vivir en una de ellas, con un bonito jardín de árboles frutales en el frente, que en su moderno apartamento.
Sin embargo, hoy no estaba afuera para dar un simple paseo. Hoy estaba de cacería. A la caza de su zorro.
No es que ya supiera por fin dónde encontrarle, ni tampoco que hubiese dado con alguna pista milagrosa, pero el simple hecho de saber que podía preguntarle a cualquiera por él sin que la tomaran por loca era más que suficiente. Así que hoy, aprovechando que ya había entrado en confianza con algún que otro vecino y vendedor local, se arriesgaría a interrogarles sobre el tema. No era exigente; se conformaba con apenas una mención de una visión borrosa o incluso un sueño. Después de todo, según la Abuela Feng a veces los espíritus hablaban con los humanos mientras dormían.
Su primer objetivo era el señor Hoa, que vendía periódicos y revistas en una tiendecilla en la misma esquina del edificio. Él sí parecía un abuelo, con su pelo largo y canoso, sus arrugas y sus gafas de montura dorada. Desde el primer día en que la vio rondando la zona de las revistas de mitos y leyendas simpatizó con ella, y ahora todas las mañanas se saludaban al pasar.
—¡Vaya, así que hoy nos detenemos! —exclamó alegremente al verla entrar y coger un periódico al azar.
—Hoy no estoy explorando —dijo Mei, dándole un vistazo a la foto de algún político que no conocía en la primera plana.
—¿Y entonces qué haces? No sabía que también leías los periódicos.
—A veces lo hago —miró a los lados, verificando que no hubiera ningún posible cliente cerca antes de empezar con sus preguntas—. ¿No tiene nada que hable de zorros?
—¿Zorros? —el señor Hoa se ajustó sus gafas, extrañado—. Ese no es un tema muy común por aquí, pero tal vez tenga algo. ¿Sobre qué tipo de zorros quieres saber?
—¿Los demoníacos? —aventuró Mei con su mejor expresión angelical.
Sin embargo, el señor Hoa no se creyó la inocencia de sus intenciones, sino que arrugó el ceño y la miró con mucha intensidad.
—Ese no es un tema para niñas de tu edad —dijo seriamente—. ¿Quién te habló sobre ellos?
—Mi madre; siempre me ha contado historias sobre ellos.
—¿Tu madre? —se asombró—. Esas no son unas historias que yo escogería para contarle a nadie antes de dormir.
—¿Por qué? —los zorros del señor Hoa parecían ser incluso peores que los devoradores de almas que ella conocía.
—¿Acaso ella no te ha dicho cómo es que esos demonios se mantienen inmortales?
—Los más buenos roban el hígado de los muertos en los cementerios. Los otros se los comen directamente de sus presas, casi siempre hombres o niños. No les gustan las mujeres —respondió Mei, orgullosa de poder demostrar su conocimiento.
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La caza del zorro
FantasyGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...