—¡NO!
Mei despertó con el rostro bañado en lágrimas, aferrándose a las sábanas como si fueran una suerte de enemigo mortal. Tardó unos segundos en reconocer que estaba en su habitación y que todo había sido un sueño... Un sueño que...
Ahogó un grito al recordar lo que había descubierto.
A toda prisa se bajó de la cama y salió de la habitación. Se negaba a creerlo. No podía ser verdad. Hasta que no viera con sus propios ojos que...
—¿Mamá...? —La puerta del cuarto de su madre estaba abierta y adentro todo estaba en calma, perfectamente ordenado como si ella no hubiese dormido allí.
Mei sintió que su corazón se saltaba un latido. Saliendo del pasillo, buscó con los ojos el reloj de la sala. Eran las tres de la madrugada.
—No...
Sus rodillas fallaron, enviándola directo al suelo. No... No quería creerlo y sin embargo estaba pasando. Las pruebas estaban ahí, innegables. Eso era lo que había empujado a los espíritus a elegirla, a enviarle todas esas visiones... Ellos lo sabían desde un inicio... Y ella también, por más que quisiera ignorarlo.
A su mente acudieron pequeños detalles, casi insignificantes cuando se analizaban por separado, pero gigantescos en conjunto.
Por eso se mudaban tanto. Era su madre. Todo ese tiempo...
Recordó los rumores sobre incendios con víctimas mortales. En sus antiguas escuelas más de una vez sus compañeros comentaron sobre eso, pero aquella obsesión de su madre por no ver noticieros ni comprar periódicos la había mantenido aislada de todo. Ahora no le parecía tan sin sentido esa estricta prohibición; su progenitora tenía miedo de que algún día ella pudiese llegar a atar los cabos, pudiese darse cuenta de que cada vez que ocurría un incendio ellas cambiaban de casa, de que los asesinatos habían comenzado luego de su llegada a la ciudad, de que sus secretos no estaban regidos tanto por el dolor de la pérdida como por algo mucho más siniestro, algo que la convertía en una criminal, en una...
—Asesina... —Mei susurró la palabra con temor y se dio cuenta de que había empezado a llorar de nuevo.
Por eso la voz en el callejón se le había hecho tan familiar. Sus oídos la reconocieron antes de que ella incluso supiera que tenía que reconocerla. Su propia madre... Y su hermana...
Su hermana. Su pobre hermana...
Todavía le costaba creer que su madre hubiese hecho algo así con su propia hija. Se suponía que tenía que protegerla, guiarla en su camino hacia la reencarnación, no utilizarla para asesinar a diestra y siniestra. Mei se estremecía de solo pensar en cuál sería el número exacto de sus víctimas. Por eso la Abuela Feng había dicho que aquella historia aún no terminaba.
La Abuela...
Ella sabía. Lo sabía todo, durante aquel tiempo, y había estado encubriendo a su madre.
¿Por qué?
Los espíritus no estaban de acuerdo con aquellos asesinatos. De lo contrario, no habrían estado enviándole todas esas visiones en forma de sueños. ¿Por qué la Abuela no había hecho algo para detenerla? ¿Por qué no había ayudado a liberar a ese espíritu esclavizado en que se había convertido su hermana? ¿Qué era lo que la detenía?
Recordó aquella discusión de hacía dos semanas en las escaleras. Ahora muchas de las cosas que se dijeron cobraban sentido. La Abuela había hablado como si su madre aún tuviese esperanzas de arreglar todo aquel desastre. ¿Entonces era por eso que ella se negaba a intervenir?
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La caza del zorro
FantasiaGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...