Mei se detuvo a pocos pasos de la puerta de la Abuela. Estaba indecisa sobre llamar, seguir su camino hacia su propio apartamento o quedarse a escuchar. Si su madre la atrapaba espiando iba a estar furiosa... Bueno, aún más furiosa de lo que ya estaba. ¿Qué habría pasado para que discutieran así? ¿Y por qué su madre había regresado tan pronto de su nuevo trabajo?
—¡No puedes seguir haciendo esto! —se oyó en ese momento a la Abuela Feng.
—¿Sí? —respondió su madre—. ¿Porque quién lo dice? ¿Tú? ¡No me vengas con hipocresías!
—¡No es hipocresía, es sentido común!
Las voces bajaron de tono y Mei dio un par de pasos casi sin notarlo hacia la puerta. ¿Por qué su madre llamaba hipócrita a la Abuela? ¿Qué le había hecho? ¿Y qué era lo que ella no podía seguir haciendo?
—¡Me voy! —se alzó en ese momento su voz.
A la velocidad del rayo Mei subió las escaleras hacia su propio piso y se agachó en el último escalón, aguzando el oído hacia lo que seguían hablando las dos mujeres abajo.
—Has llegado demasiado lejos, Kaylan —dijo la Abuela con voz trémula—. Es el momento de que te detengas.
—¿Acaso crees que puedo detenerme ahora? —su madre ya no parecía enojada, sino al borde de las lágrimas. Nunca la había escuchado hablar así y algo se estrujó en su pecho.
—Todavía no es demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde para qué? ¿Qué otra alternativa tengo como no sea terminar lo que empecé? ¿En serio crees que podría vivir en paz sabiendo que abandoné todo estando tan cerca? ¿Echar doce años por la borda cuando no me falta nada para lograrlo? ¡Doce años, Feng! —su voz se rompió por el llanto—. ¡Doce años! ¿Tienes idea de lo que hecho? ¡¿De lo que he sacrificado?!
—Tomaste un camino equivocado. Debiste conformarte con la oportunidad que se te dio.
—¿Qué oportunidad? ¿Una mascota? ¡¿Crees que lo que perdí merecía a cambio una mascota?!
—Ella no es una mascota y lo sabes —la voz de la Abuela se endureció—. Es imposible que en todos estos años no hayas cambiado tu opinión sobre ella. ¡Basta ver cómo te mira y se comporta! ¡Hasta a mí logró engañarme!
—¡Pero es que es solo eso: un engaño! ¡Un reflejo, un deseo! —su madre gritaba como si cada palabra supusiera para ella un enorme dolor. Mei a duras penas podía aguantarse de acudir corriendo a su lado—. Llámalo como quieras pero al final del día seguirá siendo mi imaginación.
—Una imaginación no tiene sentimientos ni una personalidad propia como la suya. Te guste o no, ella es real. Tal vez no sea como lo que perdiste, pero es real. ¡Olvida esa locura y da el siguiente paso!
—Solo la ves así porque yo lo quiero. Yo la imaginé así. ¡Yo le ordené ser así! ¡Lo que ves no es más que una ilusión y siempre lo será! La única forma para recuperar lo que perdí es seguir adelante.
—¡Tienes que conformarte! Hay cosas que están destinadas a no pasar. Haz lo que te digo; toma la oportunidad que debiste haber tomado hace tantos años.
—¡Eso no es una oportunidad! ¡Me estás pidiendo que la olvide! Lo que nacerá de ahí sabes que no será igual.
—Lo que tienes ahora tampoco lo es, pero te quiere y sé que te has encariñado —la Abuela adoptó un tono persuasivo—. Tal vez no sea lo que pediste, pero es lo que necesitas, aun cuando te niegas a aceptarlo. Debes dejar ir el pasado, Kaylan. Los espíritus...
—¡Los espíritus pueden arder en su propio Fuego Eterno si de mí depende! —su madre volvió a encolerizarse—. Voy a seguir adelante, Feng, y más te vale no meterte en mi camino.
El sonido de sus tacones sobre el mármol alertaron a Mei de que ya estaba en la escalera. Se lanzó hacia el apartamento y apenas le dio tiempo a sentarse en el sofá y fingir que leía una revista antes de que ella entrara. El taconeo se detuvo un par de pasos más allá de la puerta, indicándole que su madre la había visto. Se esforzó por mantener los ojos fijos en la revista, consciente de que lo que menos quería ella era que los levantara y encontrara su rostro surcado de lágrimas.
—Volviste temprano —la oyó decir con voz ronca.
—Hace demasiado calor... —se lo pensó un poco antes de añadir:—. Creí que no regresarías hasta el mediodía.
—El camión de los suministros se averió hoy y la cocina no estaba surtida; solo estamos vendiendo café, refrescos y los dulces que quedaron de ayer. Yen puede encargarse de eso ella sola —su madre trabajaba media jornada como mesera en una cafetería cercana. Compartía su turno con la sobrina de los dueños, Yen, y Mei le habría creído todo eso de no ser porque mientras conversaba con el señor Hoa, vio pasar al camión de los suministros en perfecto estado.
—Hay galletas en la cocina —omitió la parte de que las había hecho la Abuela y ella tampoco dijo nada al respecto.
—Bien... Yo... iré a cambiarme. Tal vez después...
Esperó a que sus pasos se perdieran en el pasillo que llevaba a los cuartos para finalmente apartar la vista de la revista. ¿Qué había sido todo eso en el piso de abajo? Nunca había oído a su madre discutir así con alguien y la Abuela... Recordó sus palabras y cómo mencionó a los espíritus. ¿Qué tenían que ver ellos en el asunto? ¿Y qué era eso que su madre había perdido? Y aquello que dijo sobre llevar doce años esforzándose y haciendo sacrificios... ¿Era por eso que siempre se estaban mudando de un lugar a otro? Y...
Lanzó la revista a un lado y se puso de pie, intranquila. Su cabeza era un hervidero y a cada segundo que pasaba un millar de preguntas cobraba forma. ¿Qué estaba pasando? Dio un par de pasos en dirección a los cuartos y se detuvo. No resolvería nada interrogando a su madre justo en ese momento. Si en todos esos años no le había contado nada, no empezaría a hacerlo ahora.
Pero no podía quedarse sentada allí como si nada hubiera pasado; necesitaba moverse, necesitaba saber. Tal vez si iniciaba una conversación sobre algo sin importancia y después iba llevando el asunto hacia allí...
Echó a andar por el pasillo con esa idea en mente, pero cuando llegó frente a la puerta de su madre, la encontró cerrada con llave. Dio un par de toques en la madera, pero no hubo respuesta y al mirar hacia abajo notó que no se estaba filtrando luz hacia afuera. Eso quería decir que adentro estaba a oscuras y su progenitora o bien estaba durmiendo, o no quería que la molestara y por eso fingía dormir.
Sin opciones, Mei regresó a la sala y justo cuando iba a tumbarse de nuevo en el sofá, algo junto a la puerta principal llamó su atención. Su madre debía haberlo traído y seguramente lo soltó sin darse cuenta en medio de su agitación. Sin embargo, cuando Mei se agachó a recogerlo apenas podía creer lo que tenía frente a ella.
Era un periódico. Nada más y nada menos que un periódico. ¿Qué hacía su madre con esa cosa y en qué había estado pensando cuando lo trajo al apartamento?
Los periódicos, a diferencia de las revistas, entraban en el grupo de objetos a los que Mei sabía que no debía acercarse ni por casualidad mientras estuviese en el radio de visión de su madre. Nunca desde que podía recordar uno de ellos había entrado a su casa. De hecho, a ella le había bastado el verse castigada una semana entera sin salir para comprender que leer uno estaba prohibido. Eran como el canal de las noticias, que su madre había borrado de la lista de favoritos y que si por error llegaba a salir en pantalla, tardaba menos de un segundo en quitar.
Mei sabía que aquello no era normal, pero como de todos modos los periódicos le parecían aburridos y el par que había mirado una vez por curiosidad habían sido muy pesados de leer, aquella no era una prohibición que le molestase cumplir. Sin embargo, el hecho de que precisamente fuese su madre la que había violado su propia ley, le indicaba que aquel papel que tenía entre las manos debía traer mucho más que simples noticias de política. Tal vez incluso trajese algo que explicara su discusión con la Abuela Feng. Así que no se lo pensó dos veces antes de doblar el diario e ir a esconderlo en lo más profundo de su habitación.
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La caza del zorro
FantasyGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...