Una vez en su habitación, ni siquiera se molestó en echar un vistazo por la ventana; el ángulo era totalmente ciego desde allí. En lugar de eso fue hasta su escritorio y sacó lápices y una hoja.
No acostumbraba dibujar a diario; era más bien una vía de escape, su forma de desahogarse cuando tenía demasiadas cosas en la cabeza. Y justo ahora las sirenas y las imágenes de su sueño se sentían demasiado grandes, hasta el punto de opacar al resto de sus pensamientos. De modo que agarró el lápiz y dejó que sus preocupaciones fluyeran libremente invadiendo el papel.
No se dio cuenta de todo el tiempo que llevaba dibujando sino hasta que su progenitora se asomó para decirle que ya se iba. Mei alzó la vista de la hoja, parpadeando confundida al ver que ya afuera era de día y que las sirenas habían dejado de escucharse. Llevaba unas tres horas ahí sentada.
Despidió a su madre con un beso y se dedicó a contemplar su obra. Siempre le pasaba que se concentraba tanto en los detalles que al alejarse y mirar el dibujo en su conjunto, acababa sorprendiéndose de lo que ella misma había creado.
El callejón en penumbras tenía incluso profundidad, como si fuese posible atravesar el papel y caer en él en cualquier momento. Las enredaderas de fuego reptando por todas partes eran tan realistas que casi podía ver el movimiento de las llamas. Lo único que no le había quedado perfecto era la figura del hombre, principalmente su rostro; por más que se esforzase no conseguía recordarlo, así que coloreó de negro el óvalo donde debería ir su cara. Lo había dibujado en el suelo, cuando recién renunciaba a seguir huyendo pero el lirio aún no lo había quemado. El cuadro en conjunto era... hermoso. Oscuro y retorcido, pero hermoso.
Lo guardó en la carpeta donde ponía todos sus dibujos y fue a bañarse; todavía se sentía pegajosa luego de la pesadilla. Mientras se cepillaba los dientes frente al espejo del baño, un reflejo de la luz en su rostro le hizo detenerse. ¿Qué...? Acercó la nariz al cristal, intentando ver de nuevo aquello. Había sido solo un segundo, pero casi podría jurar que sobre sus mejillas había... No, no podía ser. Se pasó la mano por la piel lisa, solo para comprobar. De seguro todo era producto de su falta de sueño y el esfuerzo a que había sometido sus ojos dibujando tanto tiempo sin descanso. Sacudiendo la cabeza, apartó aquellos disparates de su mente y siguió con su rutina.
Hoy no tenía ganas de quedarse en casa. Le habría gustado poder ir hasta el otro lado de la ciudad y averiguar sobre lo ocurrido en la madrugada, pero su madre se había encargado de presentarla a todos sus conocidos en la zona, por lo que si intentaba ir más allá de las manzanas establecidas, acabaría siendo delatada y no quería ni pensar en el castigo que le traería eso.
De modo que lo más seguro era visitar a la Abuela Feng, averiguar si tenía para ella algunas de esas deliciosas galletas recién horneadas, y luego caminar un poco a ver si pescaba un par de comentarios al aire sobre qué había pasado. Tal vez incluso ya estuviese en los periódicos que el señor Hoa vendía.
Sin embargo cuando finalmente bajó al apartamento de la Abuela, ésta no abrió.
—Regresará más tarde; la vi hace unos minutos en la calle. —Se giró para encontrarse con la señora Wong, la vecina que vivía al otro lado del pasillo en su mismo piso.
—Buenos días —la saludó, sorprendida de verla subiendo las escaleras y, según el bolso de cartón en su mano, de regreso de hacer compras. Era la primera vez que se la encontraba fuera de su apartamento y para colmo sin la compañía de sus preciados pekineses. Se trataba de una anciana algo rechoncha y, según su madre, bastante cascarrabias y antisocial, aunque el par de veces que Mei se la encontró en el pasillo se mostró muy amable.
—No me mires así, niña —se rió la señora, sacudiendo el corto pelo negro—. Cualquiera diría que nunca has visto a una mujer regresar de hacer sus compras. Vamos, vamos, que aunque no me guste salir mucho, tampoco puede ser tan asombroso verme aquí a plena luz del día. No es como si fuera un vampiro.
ESTÁS LEYENDO
La caza del zorro
FantasyGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...