A las palabras de su madre siguió un espeso silencio, solo interrumpido por las respiraciones pesadas de ambas. Mei no entendía qué era lo que se suponía que debía pasar. Ella había gritado que...
Pero entonces lo sintió.
Comenzó como una vibración en las plantas de sus pies y pronto fue un hormigueo que se extendió por todo su cuerpo, poniéndole la piel de gallina. Era como si todo el aire a su alrededor se cargase de estática y un rayo estuviese a punto de caer directamente sobre su cabeza.
Miró asustada a su madre, pero ésta solo le dedicó una sonrisa cruel por toda respuesta.
—¡¿Qué me hiciste?! —chilló cuando el hormigueo se transformó de pronto en cientos de agujas invisibles aguijoneando su piel por todos lados.
—¿No decías que querías la verdad? —La voz de su progenitora fue repugnantemente dulzona mientras ella se debatía indefensa contra aquel enemigo invisible—. Pues ahora disfruta tu verdad, Mei.
Una presión comenzó a construirse en el centro de su pecho, como si algo cobrase forma en su interior, empujando los órganos a su paso, y un calor abrasador corrió a lo largo de su columna igual que fuego líquido. Sintió que su corazón y pulmones eran aplastados contra las costillas sin piedad, hasta el punto que creyó que podrían explotar.
Se dobló hacia adelante a la vez que los huesos de su cadera parecían estallar en llamas. Era como si unas manos invisibles la aferrasen desde adentro y amenazasen con desgarrarla en pedazos. Quiso gritar, desesperada, pero todo lo que brotó de su garganta fue un gañido inhumano.
—Suficiente. —La voz de su madre, ahora inexpresiva, se abrió paso hasta ella a través del dolor.
Fue cuestión de un segundo. Aquella tortura se detuvo tan abruptamente como había empezado, casi como si obedeciera a su orden.
Mei se dejó caer de bruces al suelo, sin fuerzas, y luchó por abrir los ojos. Todo le temblaba y aún no acababa de comprender qué ocurría. Su madre había dicho...
Abrió por fin los ojos y tardó un poco en enfocar las briznas de hierba agitadas por su aliento. Se sentía entumecida, como si lo estuviese percibiendo todo a través de un vidrio grueso y la realidad se difuminase por instantes a su alrededor.
Apoyó las manos en el suelo y se impulsó hacia arriba, pero no fue realmente consciente del esfuerzo ni del dolor, aunque sabía que debían estar ahí.
Enfocó un bulto lanudo y pardo a su derecha y tardó varios segundos en comprender que se trataba del abrigo de su madre, que seguramente lo habría arrojado allí sin que lo notase, ocupada como estaba retorciéndose de...
—Mei, céntrate.
Y se centró, pero manteniendo los ojos fijos en el abrigo. No la iba a mirar. Era impensable hacerlo después de que hubiera... Ni siquiera sabía cómo llamar a aquella tortura a la que acababa de someterla, pero era algo imperdonable.
En lugar de eso miró hacia abajo y lo que vio...
Su grito hizo eco a su alrededor, rompiendo momentáneamente la sensación de estar encerrada en una burbuja. Sus manos... No, esas no eran manos; eran...
Se echó hacia atrás, espantada, pero en lugar de dar contra el suelo por el impulso, su espalda chocó contra algo cálido y peludo y su trasero... Miró hacia atrás y sintió que el poco aire que aún retenía se le escapaba mientras todo comenzaba a girar furiosamente.
—Basta, Mei. No vas a desmayarte.
Apenas lo dijo, el mareo desapareció y el aire volvió a correr libre por sus pulmones.
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La caza del zorro
FantasyGanadora del Premio Especial a Mejor Giro en los WATTYS 2023 Dice una vieja leyenda que si en tu camino encuentras a un zorro que parece estar muriendo de hambre, el mejor regalo que puedes ofrecerle es seguir de largo y alejar de su alcance cualqui...