Cᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 10

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El secretario Ross llegó a Berlín, Alemania, analizaban por completo la situación de todo lo que había pasado las últimas horas, para nadie era una sorpresa que estaba furioso, Meghan no había querido saludarlo.

— ¿Debo suponer que nadie sabe su paradero? — preguntó Ross caminando de un lado a otro — ni siquiera tú, querida.

Meghan alzó la mirada molesta, no le gustaba ese tono.

— ¿Tengo cara de saberlo? — cuestionó con ironía.

— Meghan, por favor — suplicó Tony — tranquilo Ross, lo sabremos, tengo vigilancia aérea las 24 horas

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— Meghan, por favor — suplicó Tony — tranquilo Ross, lo sabremos, tengo vigilancia aérea las 24 horas...

— No tienes que preocuparte, Anthony — lo cortó el secretario — no pueden ser objetivos, es novio de tu hermana, amigo de Romanoff y tu cuñado.

Tony lo observo detenidamente.

— Pues enviaremos a Operaciones Especiales, ellos podrán encargarse.

Meghan lo miro frunciendo el ceño.

— ¿Que pasará cuando empiecen a disparar?, ¿van a matar a Steve? — preguntó alarmada.

Natasha la tomó de la mano, en un intento en vano de calmarla.

— Lo lamento, querida, pero de ser necesario así será, el ya escogió en qué bando esta — respondió sin más — el asunto con Barnes estaría resuelto si Rogers no se hubiera metido, mucha gente ha muerto...

Tony lo miraba incrédulo, miraba hacia Meghan que estaba llorando, odiaba ver a su hermana de esa forma.

— ¿Piensas que así lo resolverás? — preguntó Tony de la misma forma — hay otras formas...

— Te escucho.

— Déjenos capturarlos.

— ¿Por que volvería a confiar en tu palabra? —preguntó Ross.

— Porque no pienso ir con un traje de diseñador caro — respondió — 72 horas es lo único que pido.

Ross negó.

— Te doy 36 horas, antes de yo intervenga — se acercó a Meghan mirándola fijamente, la chica le daba la peor mirada que podía — los quiero a los 3, Barnes, Wilson y por supuesto, nuestro querido Capitan América, Steve Rogers.

Toni camino hacia Meghan tomándola del brazo.

— Así será.

Tony se agarro el pecho. Meghan frunció el ceño mientras lo tomaba del brazo, ayudándolo a sentarse.

— Mi brazo izquierdo se durmió, ¿es normal?

Natasha le apretó el hombro y sonrío triste.

— Tranquilo, lo resolveremos.

Tony asintió.

— ¿Como demonios lo haremos en 36 horas? — preguntó frustrado.

— Necesitamos personal — dijo Natasha.

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