Aquel sitio era una panadería, pero como vendían pastel por trozos habían puesto unas mesas en la acera, bajo unos grandes quitasoles amarillos. El lugar estaba medio escondido en aquella neurálgica avenida. En el mostrador había una máquina de café automático con sólo dos ofertas: expreso y cortado. Ambos, Whis y Bell, tomaron un cortado.-No conocía este lugar- le dijo Whis mientras tomaba una de las galletas de la bolsa de papel que sostenía la muchacha.
-Yo lo encontré hace casi un año. Mientras caminaba oyendo música. Me gusta hacer eso de vez en cuando. Caminar sin rumbo por ahí.
-Caminar puede ser muy agradable- comentó Whis- Suelo hacerlo bastante, cuando tengo la oportunidad...
-¿Tienes poco tiempo libre?- le preguntó Bell antes de morder la galleta que tomó de su bolsa.
-No. La verdad es que tengo demasiado tiempo libre que no suelo ocupar demasiado-le confesó Whis.
-Yo por el contrario rara vez tengo tiempo libre. No por exceso de trabajo...
-Lo sé, viví contigo ¿Lo recuerdas? Tiendes a buscar algo que hacer y no perder el tiempo. Eso es bueno, pero también es bueno hacer nada de vez en cuando.
-Hago nada a veces- intervino Bell- No siempre que digo iré a hacer algo, lo estoy haciendo realmente- agregó y le enseñó la lengua a Whis antes de cruzar la calle.
-Y ahora se hace la misteriosa- murmuró Whis sacudiendo las migas de la galleta de su camisa.
Siguieron caminando un rato y charlando de forma ligera. En ese intercambio verbal, Bell le contó que esa pequeña panadería era su lugar favorito de la ciudad, junto a un puesto de libros usados en el centro. Whis le dijo que se sentía muy agusto en el jardín imperial. Aquel sitio era un jardín vestigio de la época colonial, construido por una familia china muy importante en aquel tiempo. Tenía un templo en medio de un estanque. Todos gustaban de aquel sitio por eso a Bell no le pareció extraño que Whis le dijera que disfrutará de ese lugar. Lo importante fue que se lo compartiera con ella.
Cerca de las cinco, se despidieron. Whis recibió una llamada que justificó su partida. Siguieron en contacto, viéndose de vez en cuando. No hablaban muy seguido, lo que era bueno para ella que creía que interactuar demasiado acababa por hastiar, por dejar sin temas de los que hablar, por precipitar todo. Y para Whis era agradable que ella no lo olvidase y de vez en cuando le preguntara que había de nuevo, que estaba pensando, cómo se sentía y le dedicara tiempo a escucharlo, así él no compartiera muchas cosas.
La compañía del otro no provocó cambios grandes en sus vidas, no los hizo ver las cosas de otra manera, pero si les obsequiaba instantes refrescantes y muy agradables, aunque en ocasiones tenían uno que otro conflicto como esa tarde que discutieron por una tontería. Y a cuál más necio y aferrado en su punto de vista. Sin embargo, no fue ni sería el tipo de conflicto por el que acabarían enemistados, pero sí era lo suficientemente importante para aplicarse una ley del hielo pasajera.
Los minutos pasaban mientras ambos estaban sentados en los extremos de la banca bajo el farol, en el parque. Estaba anocheciendo y una pareja de ancianos se sentó entre los dos a alimentar las palomas. Al ser más alto, Whis podía ver a Bell por encima del matrimonio y la miraba con cara de niño berrinchudo. Siendo él más diplomático que ella, solía ser quien buscaba la conciliación primero.
-Oye niña- la llamó la anciana- Este muchacho te envía esto- le indicó mostrando un caramelo.
Bell tomó la golosina, pero al notar que Whis la veía arrugó el entrecejo. Unos minutos después volvió a recibir un caramelo y otro después de ese.
-Ya perdona a tu novio, muchacha- le dijo el anciano y su compañera sonrió divertida- O terminarás montando una dulcería en esta banca.
Después de eso los viejos se fueron para dejar sola a la supuesta pareja. Bell miró a Whis. Él no estaba molesto, pero ella no quería renunciar a ese estado sólo para demostrar que para ella era más importante el asunto que los hizo discutir. Sin embargo, sus enojos no duraban demasiado nunca. Se esfumaban en cosa de minutos.
-¿Por qué traes caramelos en los bolsillos?- le preguntó después de un largo silencio y recuperando la palidez de su cara. La declaración del anciano la avergonzó.
-Por el mismo motivo que tú siempre traes un bocadillo en el bolso- le respondió Whis.
-Ah, si...ya veo- murmuró Bell.
-¿Entonces vas a admitir que tengo razón o seguirás empecinada en tu equivocación?- le preguntó Whis, en tono irónico
después río cubriendo su boca con la mano- Supongo que ambos podemos llegar a ser un tanto inflexibles.-Eso es bueno ¿No? Que hayan cosas en común... Aunque no sé si está sea una para alegrarse.
-Ciertamente- estuvo de acuerdo Whis- ¿Quieres venir a mi casa? Puedo cocinar para ambos.
-¿A tu casa?
-Hay cosas que se platican mejor en un espacio cómodo e íntimo- le dijo viéndola con un poco de tristeza.
-Entiendo. Vamos entonces- le respondió Bell y se puso de pie guardando los caramelos en su bolso y sacando un Sándwichs de el- ¿Quieres? Tiene pollo.
-Oh, muchas gracias- le contestó Whis y le ofreció el brazo, pero ella siempre rechazaba sujetarse de él.
Caminando el uno al lado del otro se alejaron hacia la avenida, charlando animadamente. La suya podía no ser la mejor de las historias, sólo era un relato de dos sujetos que se hicieron amigos pese a sus diferencias y semejanzas, pero una amistad era algo que para ambos era digno de sus esfuerzos.
Whis llevaba caramelos por si a Bell se le bajaba el azúcar. Bell llevaba un bocadillo por si a Whis le daba hambre.
Fin.
Nota: Esta es sólo una simple historia de amistad, porque hay demasiadas historias de amor.