1

7 2 0
                                    


La noche me parecía especialmente hermosa,
daba la sensación de que fuese otro mundo.

La ciudad lucía diferente de noche, mucho más grande,
dispuesta a tragarte si te atrevías a salir sin algo de luz.

Incluso los sonidos eran distintos de noche,
el ladrido lejano de algún perro,
los pocos autos que aún paseaban a esa hora,
y una que otra moto serpenteando por las oscuras calles.

Jamás olvidaré el viento de la noche,
una brisa tan fría que congelaba mis mejillas,
enrojecía la punta de mi nariz y entumía las puntas de mis dedos.

Se sentía tan fresca, tan correcta.

Se sentía como si todas mis preocupaciones volaran junto a esa suave brisa,
nada más existía,
nada más que el cielo pintado de negro,
nada más que los delicados rayos de la luna bañando mi piel, bañando al mundo,
iluminando mi oscura habitación con ese brillo celestial.

Amaba tanto a la noche,
incluso amaba las escandalosas sirenas de los autos de policía, que rompían con la calma del momento.

El mundo parecía llenarse de esperanza cuando anochecía,
porque salían las estrellas, que resplandecían débilmente.

Ellas me recordaban lo grande que era el mundo
y lo mucho que me quedaba por conocer.

Un sorbo de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora