6 Me ofrezco a Pablo

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—A ver, perrita, ¿qué harás para disculparte por haber dejado a Pablo todo excitado ayer?

—No sé Claudia, ¿pedirle perdón?

—No, tontina, eso no basta... bueno, te ayudaré a pensar llegando a la casa.

Cuando llegamos a su casa me pidió que no hiciéramos ruido, me llevó directamente a su cuarto y ahí desplegamos algo de la ropa que habíamos comprado... Hizo que me desnudara completamente. Aunque otras veces nos habíamos visto desnudas, nunca había sido así, en este contexto, y ahora yo era la única desnuda. Tomó un conjunto de ropa interior, un bra y bikini blancos con encajes, bastante bonitos y sexys, hizo que me los pusiera, así como unos zapatos negros de tacón muy alto. Me puso unas pulseras en ambas muñecas y unos aretes que hacían juego. Me vi en el espejo de cuerpo entero, realmente lucía espectacular... el conjuntito blanco contrastaba muy bien con el tono de mi piel, morena claro, mis senos se veían muy tentadores con este bra... todo mi cuerpo muy esbelto y mis piernas bien contorneadas resaltaban aun más por los zapatos altos.

—Y ahora, un último detalle. —Tomó el collar de perro de cuero, el más grueso y me lo puso en el cuello, y luego atoró ahí una de las cadenas largas— Ya estás, perrita. Mira, irás a su cuarto, tocarás y pedirás permiso para entrar. Cuando entres le dirás que tú y yo tenemos este juego, que todo lo que pasó ayer es porque me confesaste que te gusta mucho ser dominada y que te den órdenes, que me pediste ayuda para experimentar eso, pero que estás muy apenada con él y ahora harás lo que él quiera para redimirte...

—¿Deveras me estás pidiendo eso, Claudia? ¿Y vestida de esta manera? —le dije verdaderamente incrédula.

—Pues oye, tendrás que hacer algo con el pobre... imagínate, a su edad, cómo debió haber quedado ayer... y bueno, no importa lo que le digas. De que tendrás que ir a su cuarto, disculparte y vestida así, tendrás que hacerlo, esto es una orden, perra. Puedes retomar la idea que te di o inventar lo que quieras. Y apúrate, antes de que llegue mi papá... aah, por cierto, dos últimos detalles; antes de que salgas, ponte de rodillas... recuerda que desde que entramos a mi casa debes hablarme de otra manera... te mereces dos cachetadas... y espera, voy por otra cosita...

Sabía que acabaría haciéndolo, no tenía más remedio. Me puse de rodillas y ella regresó de buscar algo en su ropero: ¿eran unas esposas?

--¿Qué, nunca habías visto éstas? Las traje de cuando fui a San Francisco, las venden en todas las tiendas de recuerdos.

Me tomó las dos muñecas y me las esposó (al menos al frente y no atrás), eran pesadas y frías. Luego, sin decir nada, recibí dos sonoras cachetadas, que más que dolor me causaron una fuerte humillación. Pronto estoy comenzando a aprender que las cachetadas en el rostro son como un switch que de inmediato me ponen en estado de sumisión, son como un shock repentino que me ponen en un estado de niña castigada, de sumisión inmediata.

—Está bien, señorita Claudia —dije tras recibir las cachetadas— ya voy... ¿puedo llevarme mi ropa y mi bolsa... para cuando regrese?

—No perra, sólo lo que llevas puesto, nada más. Ya veremos más tarde qué pasa... hoy es viernes... quizá convenga que te quedes en casa. Ya veremos. Ve, perrita, luego nos vemos. Ponte de pie, tontita, no tienes que ir de rodillas. Recuerda, si Pablo me dice algo que no le guste de tu comportamiento, mis papás y tus papás verán los videos, y luego... mucha más gente.

—Sí señorita Claudia.

Y así, vestida con ropa interior de encaje, con collar y cadena de perra, con zapatos de tacón altísimo, las manos esposadas y mis mejillas rojas por las cachetadas, fui al cuarto de Pablo. Toqué a su puerta. No hubo respuesta. Toqué otra vez y dije "Pablo, ¿estás ahí? ¿Podemos hablar? Oí que ese acercaba a la puerta y sin abrirla dijo

Me convertí en su perraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora