Sentada como pude en el suelo del noveno piso, temblando de frío y de miedo, oprimí con mis nudillos el botón y me dispuse a esperar el elevador de vuelta hasta el noveno piso. No había manera de esconderse: si alguien salía de un departamento, sin duda me vería. ¿Qué haría yo? ¿Qué haría esa persona de encontrar a una chica desnuda, amordazada, con collar y cola de perra? ¿Me quitaría la mordaza y me pediría una explicación? ¿Me ayudaría? ¿Llamaría a la policía? ¿Se aprovecharían de mí? Luego pensé en mis opciones. De hecho, no las tenía, sólo estar atenta a los ruidos y hacer lo posible por esquivar encuentros.
Me quedó claro que Omar no admitiría un cambio de planes a lo que supuestamente decía yo en la carta, es decir, que tendría que decirle lo que quería escuchar: que sí había escrito la nota y haría todo lo que me pidiera. Si Omar había sido capaz de meterme así al elevador y exponerme de esta manera, quién sabe qué más pudiera hacer. Incluso se estaba arriesgando a que alguien me llevara y él quedarse sin mí, quizá esta conducta arriesgada se debía al alcohol y yo debía tratar de minimizar el riesgo. Sí, sabía que tenía que regresar a su departamento y mostrarme arrepentida... no podía estar dando de vueltas en el elevador o quedarme por horas en las escaleras del edificio.
En eso sonó la campanita del ascensor llegando al noveno piso. En un momento se abriría la puerta y quién sabe si saldría alguien de allí. Contuve la respiración... no había nadie. Rápidamente me metí a cuatro patas y presioné el botón del cuarto piso, esperando vehementemente que nadie pidiera el ascensor en los pisos intermedios. Al abrirse la puerta en el sexto piso oí ruidos de una puerta metálica. Supuse que era la puerta principal de la planta baja; si era eso, no tendría problemas... llegué al quinto la puerta se abrió... y se cerró sin problemas. Faltaba un piso. Me juré que si lograba llegar al departamento de Omar sin que nadie me descubriera, haría todo lo que él quisiera, sin miramientos. Llegué al cuarto. Deteniendo la puerta con mi brazo derecho, asomé la cabeza. No había nadie, pero oí voces desde abajo. Supuse que venían del cubo de las escaleras. ¿Debía huir hacia arriba en el elevador? No, para nada, me decidí a caminar (o arrastrarme) lo más rápido posible en cuatro patas hasta la puerta del departamento de Omar y toqué con los nudillos de mi mano derecha... No respondía... y en eso las voces se que provenían de la planta baja se acercaban, parecía que estaban subiendo por las escaleras.... En eso escuché que por fin Omar se acercaba a la puerta para abrirla.
—¿Ya de regreso, perra? ¿Cómo te fue en tu paseo? –Me dijo con tono burlón, sosteniendo en su mano derecha el flogger (así había averiguado que se llama esa especie de látigo corto con muchas correas, que Claudia ya había usado conmigo). Claro, yo sólo pude decir algo ininteligible, como ppfpff, ommr, feffamme emmfffaaar..., tratando de decirle que me dejara entrar al departamento.
—A ver, perrita –dijo mientras se agachaba para acercarse a mi rostro—, ¿ya pensaste bien las cosas?
Me le quedé viendo con ojos de súplica y asentí con la cabeza.
—¿Sabes que te mereces un buen castigo, verdad, perra? –dijo mostrándome y balanceando el flogger frente a mi rostro. Asentí nuevamente ya con cierta desesperación porque los ruidos de la gente que subía por las escaleras cada vez se oían más fuertes.
—Bueno, perra, sí vas a tener tu castigo, pero primero deberás pedir que te deje entrar de la manera debida, como la perra que eres.
A Omar parecía no preocuparle nada si alguien llegaba al piso y me veía desnuda, con ataduras y una cola metida entre mis nalgas. Tal vez era el alcohol que tenía encima, no sé, pero yo sí estaba muy preocupada y desesperada porque me dejara entrar al departamento.
Entonces, sin tener mucho cuidado, tomó la correa que sujetaba la bola en mi boca y con la otra mano la empujó fuera de mi boca. Fue un movimiento brusco, pero al fin quedé liberada de la mordaza. Con la mandíbula aún entumecida por las horas que tuve la bola en mi boca, pude decir apresuradamente "Omar, por favor, déjame entrar, haré lo que quieras, es cierto lo que dije en la carta..."
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Me convertí en su perra
Aktuelle LiteraturMi nombre es Silvia. Siempre me he considerado una chica normal, aunque debo confesar que tengo fantasías que cada vez me ganan más... fantasías de sumisión y de ser humillada, tanto por hombres como por mujeres (aunque hasta ahora sólo he tenido re...