Tras unos días, el paciente de la cama veintiuno de terapia intensiva había pasado a ser el paciente de la habitación 403 de sala.
El cruzarse con el hombre que no pretendía volver a ver no había sido gratuito para Anna. El pasado parecía potenciarse, las pesadillas se acentuaban, por lo que dormía menos, apenas abandonaba el hospital y bebía café a todas horas. Hacía todo lo que un médico desaconsejaría a un paciente. No soportaba el humo, así que no fumaba, y no era de darse a la bebida, los únicos puntos positivos que poseía.
No había visitado la casa de sus padres para no cruzarse con la chiquilla, no quería contemplarla en la cotidianeidad de la familia Moratti, en el interior donde creció ni la cercanía que poseía con su hermano y su novia. Deseaba borrar de su existencia la presencia de los Thompson, padre e hija.
Ingresó en la habitación para realizar el último chequeo, si la evolución seguía estable, se le daría el alta antes de finalizar la semana y quizás su vida regresara al cauce habitual. Pretendería que lo sufrido no había sido real, que cierto policía no existía y que no tenía contacto con sus padres y menos que menos que era el mejor amigo de Nino.
Al ser cerca del mediodía, el recinto estaba bañado de luz a pesar de que tenía corridas las cortinas blancas y traslúcidas.
Candance estaba sentada en la silla junto a la cama, de espaldas a la entrada. El cabello le resplandecía como si estuviera compuesto por filamentos de oro. Tenía las rodillas dobladas contra el pecho y encima de estas descansaba una tableta por la que miraba alguna serie o película. No la había oído entrar, dado que sus orejas estaban tapadas por unos auriculares enormes de color violeta con orejas de gato que sobresalían de la banda para la cabeza.
—¿Qué miras? —preguntó al acercar la mejilla a la de la adolescente, quien dio un respingo y se pegó contra el apoyabrazos del lado contrario del asiento.
Ya no llevaba el uniforme escolar, sino una camiseta grande con una estampa de algún personaje animado. Las veces que había revisado al paciente no se la había cruzado, solo en dos oportunidades al compañero del policía que la vigilaba como si fuera a asesinar a Parker en cualquier momento. También se había topado con el resto de los Moratti que cuidaban al hombre como si compartieran la misma sangre.
Candy se quitó los auriculares y dejó la tableta sobre la cama a un lado de su padre, quien dormía ajeno a la presencia de la joven y la mujer.
—Un drama coreano repleto de clichés, se llama Un hombre inocente. Tiene unos cuantos años ya, pero me gusta. Es de temática enemigos que se enamoran, casi como usted y papá.
—¿Qué? —Giovanna se alzó la longitud de toda su estatura, los ojos se le salían de las órbitas ante un comentario tan desequilibrado.
Candace se llevó un mechón de cabello tras la oreja y le sonrió con evidente nerviosismo.
—No, claro que ustedes aún no se aman.
—¿Aún? —Anna frunció el ceño, cada palabra de la niña parecía peor que la anterior.
No le había visto el parecido a su padre hasta ese momento.
—Bueno, no digo que terminen enamorándose. Quizás... con el tiempo.
El anhelo en aquellos ojos verdes hizo que un escalofrío le recorriera la columna vertebral.
—Niña, eso es pura fantasía —afirmó al señalar la tableta sobre el colchón—. No es real.
—¿Ha visto alguno?
—Puedes tutearme, dado que al parecer eres parte de mi familia —mencionó con ironía, la que no parecía haber percibido Candance, dado que amplió la sonrisa—. Y para responderte, no, nunca he visto uno.
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No se necesitan héroes
RomanceLas circunstancias los presentó, el choque de voluntades los mantuvo separados, pero el destino se empecinó en unirlos. Giovanna Moratti, una eficiente médica cirujana, guarda un pasado oscuro y cruel, del que un hombre en particular fue protagoni...