Capítulo 9

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¿Cómo demonios habían terminado es esa situación?

Parker se cuidaba muy bien de no toparse con aquella mujer desde los últimos quince años. El destino era una mierda, un jodido hijo de puta que jugaba con él a su antojo.

—¡Giovanna! —exclamó en voz baja. Trató de entrar dentro del pánico que la envolvía. No podía moverse y no quería que los padres de la joven los encontraran de aquella manera—. ¡Giovanna Moratti, escúchame!

Ella conectó los ojos con los suyos. Amplió la mirada y abandonó el intento de grito. La respiración agitada comenzó a calmarse. El susto fue reemplazado por el odio en su expresión.

Parker suspiró. No sabía si alegrarse por el cambio en la emoción, pero prefería esa que ya conocía. Lo había odiado desde hacia tanto que no quisiera acostumbrarse a que le temiera también.

El cuerpo bajo él se relajó y unas manos aferraron la suya que aún mantenía sobre la boca femenina.

—¡Quítate! —exigió en cuanto sus labios estuvieron al descubierto, tan cerca de los suyos que casi se rozaban al moverse.

Cerró los ojos y se sintió tan vulnerable que se enfadó consigo mismo.

—No puedo —susurró.

—¿Qué? ¡Sal ya!

—¡No puedo! ¿Está bien? Ya sufro un dolor tan extremo que ni sé cómo mantengo el torso en alto. —Estaba elevado sobre los codos para no derrumbarse sobre ella, aunque sus bíceps temblaban por el esfuerzo y la parte baja de su cuerpo no respondía a las ordenes mentales que le enviaba, no solo las de moverse, sino las de mantenerse frio y quieto. Una sección de su anatomía se había avivado de una forma que no era bienvenida—. Empújame.

Anna le posicionó las palmas contra los hombros, pero, en vez de empujarlo, cerró las manos sobre él y lo alzó un tanto para deslizarlo hacia un costado. Parker cayó sobre el lecho con un gruñido.

Ella saltó de la cama, le alzó las piernas y se las direccionó hacia los pies. Luego lo tomó por el torso y lo acomodó. Por último, lo giró para dejarlo boca arriba.

Parker jadeaba de una manera que parecía que moriría en cualquier segundo.

La mujer llevó la mirada a su erección visible bajo el pantalón de chándal que traía puesto. No hubo cambio en sus facciones. Se digirió hacia sus pies y comenzó a quitarle el calzado.

—Puedo solo —rezongó, pero ella hizo caso omiso.

Maldijo para sus adentros cuando sintió esos dedos deslizársele sobre la piel al sacarle las medias. Él gruñó y cada músculo del cuerpo se le tensó. La miró con enfado, casi igualando con el que lo observaba ella. Jugaba con él.

Se alzó sobre los codos y gruñó de nuevo, pero esa vez de dolor. Cayó hacia atrás, derrumbado por el esfuerzo físico, no solo por el movimiento, sino por el despertar de una excitación que prefería negar.

Unas manos lo aferraron por el borde bajo de la camiseta.

—¿Qué haces?

—Voy a revisarte las suturas.

La tomó por una de las muñecas para detenerla. Negó con la cabeza de un lado al otro en un gesto lento y breve.

—No, no lo harás.

No se necesitan héroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora