Había llegado el domingo y Giovanna no podía creerlo. El almuerzo en el restaurante Moratti se había suspendido por primera vez en años. ¿Por qué? Por el hombre que se hospedaba en casa de sus padres, parecía ser que, para no trasladarlo, habían decidido realizar el almuerzo en el hogar familiar. Se trataba de un apartamento antiguo de tres habitaciones, un gran living comedor, una cocina independiente y dos baños que quedaba a unas pocas cuadras del negocio gastronómico.
Abrió la puerta con su propia llave. A pesar de que hacía años que tanto ella como Nino ya no vivían allí, ambos ingresaban sin llamar. Sus padres nunca habían puesto reparo en esto, dado que, para ellos, seguía siendo la casa de sus hijos.
Colgó la gabardina y la bufanda en el perchero sobre la pared a un lado de la entrada. En cuanto dio unos pasos en la sala, se quedó congelada al contemplar al hombre que estaba sentado en el sofá tapizado en rojo oscuro con flores bordadas en un tono más claro.
Él no la había registrado, tenía la mirada en su dirección, pero se la notaba perdida en sus propios pensamientos. Permaneció quieta, con ansias de dar media vuelta y escapar de aquel apartamento que siempre había sido su refugio.
—No muerdo, ¿sabes?
Los ojos oscuros se elevaron hasta clavarse en los pardos de ella.
—¡Papá! —La joven saltó junto al hombre sobre el sofá y se abrazó a él. La cabellera rubia se abrió como un abanico dorado.
—¡Hey! —gruñó de dolor—. Ten cuidado.
—Hu, lo sient... ¡Anna! —Se elevó del asiento de un brinco como un conejo y corrió hacia la cirujana con una sonrisa de oreja a oreja.
Giovanna tuvo casi que taparse el rostro para no encandilarse con la luminosidad que provenía de la chica. Era tanta su felicidad, tanto su resplandor que la empalagaba.
—Ah, aparece ella y te olvidas de tu pobre padre convaleciente —se quejó Parker como un niño pequeño en pleno berrinche. Hizo un mohín con los labios y se cruzó de brazos sobre el pecho al tiempo que desvió la mirada hacia un costado.
—Eso no es cierto.
Candy se detuvo frente a ella y se estiró a la par que se balanceaba sobre los pies. Giovanna quería preguntarle qué le ocurría, pero no confiaba en cómo saldría su tono, por lo que permaneció en silencio ante los intrusos que invadían la casa de sus padres.
—¿Puedo saludarte?
Anna frunció el ceño y le tendió la mano, pero la chica tenía otra idea. Se abalanzó sobre ella y la rodeó con los brazos para estamparle un beso sonoro en una de las mejillas.
—Y ahora también la besas. Estoy perdido, ya ni recuerdas que estoy aquí.
—Lo siento, se pone un tanto celoso a veces. Es como un niño. Después se le pasa.
La joven la soltó y se apresuró en volver junto a su padre. El hombre clavó la mirada en Giovanna. Quemaba, pero no solo la piel, la sensación la traspasaba hacia el interior.
—Figlia mia, sei qui —«Hija mía, estás aquí», dijo su madre al divisarla, se le acercó con los brazos abiertos y la abrazó como había hecho segundos antes Candance, solo que Savina le dio la bienvenida con un beso en cada mejilla como era habitual entre los italianos—. Tuo padre sta facendo il ragù. Hai fame? —«Tu padre está haciendo el ragù. ¿Tienes hambre?
Ragù alla bolognese era una típica receta italiana de salsa a base de tomate y carne picada.
—Sempre, mamma.
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No se necesitan héroes
RomanceLas circunstancias los presentó, el choque de voluntades los mantuvo separados, pero el destino se empecinó en unirlos. Giovanna Moratti, una eficiente médica cirujana, guarda un pasado oscuro y cruel, del que un hombre en particular fue protagoni...