Epílogo

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—Este. —Candance sostuvo un vestido entallado en color rosa contra el cuerpo de Giovanna.

—No, no es mi estilo. —La mujer empujó la percha para que la joven volviera a colgarla.

—Tu estilo es un ambo de hospital o pantalón de chándal y camiseta —rezongó Candy mientras acomodaba la prenda de nuevo en su lugar.

—No es cierto, a veces, también me visto con jeans. —La adolescente soltó una risotada—. Además, hoy era para que tú eligieras algo.

Candance se encogió de hombros y la observó con aquella adoración que a Anna le costaba recibir, pero que había aprendido a aceptar.

—No es que quiera cambiarte.

—Eso espero, porque no sucederá.

—Me gustas así —aseguró Candy al empujarla con su hombro. Anna había tenido que aprender que la chica era bastante física en sus demostraciones: besos, abrazos a todas horas—. Solo quería algo para que usaras cuando salieras con mi papá.

Giovanna meditó en lo que le decía y dudó. No sobre comprar el vestido, eso estaba fuera de discusión, sino en si debiera prestar un poco más de atención a su aspecto. Negó con la cabeza, no tenía que cambiar para estar con alguien. Debían amarse tal cual eran, si modificaba algo en ella, sería por y para sí misma.

—Busquemos el buzo con orejitas de conejo que querías.

Revolvieron entre percheros y percheros de infinidad de tiendas que Anna pensó que deberían rebanarle los pies de tanto caminar.

—¿Tomamos un helado? —sugirió Candance una vez que salieron del último local al que la médica estaba dispuesta a visitar.

—Nos esperan para almorzar —le recordó.

Era domingo y como todos los domingos, la familia Moratti se reunía en el ristorante. Los almuerzos habían vuelto a realizarse allí desde hacía un par de semanas.

Además, los Thompson habían sido abducidos... mejor dicho, adoptados por los Moratti, por todos ellos. Quizás desde hacía tiempo, solo que para Anna era un hecho reciente.

Ya no vivían en la casa familiar, sino que habían vuelto al hogar de padre e hija. Lo que había generado otro ofrecimiento al que Giovanna no había dado respuesta aún, no porque no lo deseara, sino porque aún le faltaba el valor de dar el paso de mudarse con ellos y ser parte de aquella familia de tan solo dos miembros.

—¿Después? —propuso la chica con un entusiasmo ante el que a Anna le fue difícil negarse.

—Quizás.

—¿Puedo llamarte mamá?

—Cla... —comenzó a responder hasta que sus neuronas procesaron la pregunta y la mujer tropezó con sus propios pies—. ¿Qué?

—Casi caes. —Candy la atajó del brazo—. Era broma o no tanto.

—Eh... Candy...

Las mejillas de la joven se tiñeron de rojo y Anna notó que la había lastimado con su respuesta o con su falta de esta.

—No pasa nada.

Giovanna la envolvió en un medio abrazo a pesar de las bolsas de compras que llevaba en las manos y la apretujó contra su costado.

—Podrás... —aseguró y no le fue tan difícil como pensaba— solo dame tiempo. Demasiado nuevo para mí.

Candance le sonrió y, por primera vez, Anna sintió que aquella sonrisa ya no la encandilaba, sino que le caldeaba el corazón. Le respondió con un gesto igual por primera vez.

La escena que le dio la bienvenida al ingresar a la cocina del ristorante fue demasiado para su ritmo cardíaco. Se tornó errático y la dejó sin aire. Todo alrededor se volvió nublado como si su foco solo estuviera en él y en nada ni nadie más.

Parker se giró hacia ellas con una sonrisa de oreja a oreja en un rostro cubierto de harina. Vestía un delantal blanco todo manchado de diversos colores: rojo, marrón, verde... Y polvo blanco por todas partes.

—Vengan aquí, mis dos mujeres. —Caminó hacia ellas con los brazos abiertos y frunciendo los labios en un gesto de beso.

—¡Ni se te ocurra! —exclamó Anna en cuanto giró su curso hacia ella.

Giovanna corrió hacia un lado y Parker se volteó para ir tras su hija.

—¡No, papá! Estás todo sucio —gritó entre risas y escapó para el otro costado.

Las risas de Parker y su hija hicieron eco con las de Ugo y Savina que estaban un poco más allá.

Candy corrió y se escudó tras ella mientras su padre la perseguía.

—No te atrevas —advirtió Giovanna al hombre que ya no era policía desde hacia un mes y que estaba completamente recuperado.

Desde hacía unos veinte días, Parker había comenzado a trabajar en el establecimiento de sus padres. Estaba a prueba como decía él, pero ella sabía que tanto Ugo como Savina estaban felices de que estuviera con ellos. Además, como ellos decían: «é molto capace» —es muy capaz—. Sí lo tenían en entrenamiento para que se aprendiera las recetas heredadas de generaciones en la familia, pero parecía que no tenía ningún problema en asimilarlas con agilidad.

—Ven aquí. —Extendió aún más los brazos y le sonrió de aquella manera un tanto traviesa y picaresca.

—Ni se te ocurra —previno Giovanna, reprimiendo una sonrisa.

—Cúbreme, Anna —exclamó Candy hecha una pelota y aferrada a su espalda.

Parker las abrazó con fuerza y le dio un beso sonoro a Anna en la mejilla. Trató de darle otro a Candy, pero se alejaba hacia atrás, a pesar de estar atrapada por los brazos de su padre.

Las risas volvieron a inundar la cocina y, por primera vez, Anna sintió que esa podría ser su vida. Una repleta de momentos felices y tontos como ese, de risas y travesuras sin sentido, solo el hecho de compartir con personas a las que se amaban y que la amaban.

Ellos no la habían sanado, no porque aún no lo había hecho del todo, lo que era cierto, sino porque era ella por sí misma la que emprendía el camino de sanar su alma. Uno se sana a sí mismo cuando está preparado y dispuesto. No es de un día para el otro, es un trayecto arduo y, muchas veces, doloroso. Pero lo que vale la pena es ese recuadro en el que se lee: «Llegada». ¿Se alcanza alguna vez? Nadie lo sabe, pero es el recorrido el que hace que las heridas cierren, no que desaparezcan, siempre estarán con nosotros, pero una vez cicatrizadas, el dolor amaina.

Siempre es por uno mismo. Los familiares y amigos ayudan y acompañan, pero no realizan el trabajo por nosotros. Sanar es algo individual y personal. Sanamos por nosotros y amamos por nosotros. Y una vez que nuestros pedacitos de ser vuelven a ser cosidos, nos podemos abrir a amar.

Giovanna aprendió a amarse y se dio lugar a amar, a que más personas se incorporaran a su círculo íntimo. A darse una oportunidad y vivir.   

No se necesitan héroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora