Capítulo 8

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Se montó en su bicicleta y tomó el camino de regreso a su apartamento. Aún no había caído el sol, no obstante, ella estaba acostumbrada a deambular por Nueva York en dos ruedas. Quizás no fuera lo más seguro en una ciudad con tanto tráfico, pero la despejaba. Había algo en sentir el viento en el rostro y como la mente discurría por derroteros inconscientes que la calmaba.

Meditó sobre aquel almuerzo familiar, en cómo sus padres habían adoptado a Parker, porque no había otra palabra que otorgarle a cómo lo trataban. Se había convertido en un miembro del clan Moratti, al que incluso pensaban en heredarle el negocio que con tanta pasión habían construido.

Al finalizar la comida, ella y Nino se habían dedicado a lavar y secar la vasija como habían arreglado mientras sus padres sacaban los mazos de cartas para preparar la partida de Michigan. Se trataba de un juego de naipes italiano que era una tradición con el que entretenerse después de cada almuerzo de los domingos. Se escribía igual que el estado, pero, a diferencia de este, se acentuaba en la última sílaba.

Vivien había aprendido con rapidez a apenas Nino se lo había explicado dos años atrás. Lo que Anna no había aventurado era que a Parker le entusiasmara la idea de beber el café a la par que arrojar cartas sobre la mesa.

No había mucha ciencia, era como una partida de solitario, solo que se hacía con un mínimo de tres y un máximo de ocho compañeros. Hasta la llegada de Vivien, los únicos contrincantes habían sido Ugo, Savina y sus hijos, pero, en ese instante, ya eran seis personas que se unían a la partida.

Candy había desaparecido, suponía que estaría encerrada en la que había sido su habitación mirando sus adorados dramas coreanos.

—No, no va esa carta, Parker —corrigió su padre—. Explícale, Anna —le pidió cuando el hombre se disponía a arrojar una carta errónea.

No comprendía por qué el maldito destino se proponía a unirla al policía hasta en las cosas más nimias como el tener que enseñarle la manera en que se ganaba una mano.

Después de terminar con la vajilla, su madre había preparado el café que se tomaban tras la comida en la cafetera Volturno y Giovanna se había visto sentada de nuevo junto a Parker. Ya lo suponía, los asientos no se modificaban, cada uno volvía a ocupar su lugar en la mesa.

Las risas y los chistes habían acompañado el juego. Ella se había mantenido muda como era usual. No obstante, la risa del hombre de al lado la había tambaleado en un par de ocasiones. Ese burbujeante sonido algo ronco y grave era un estímulo para lo que no había estado preparada y le producía una sensación rara en el estómago.

Cuando Ugo había resultado vencedor, pasaron a sentarse en los sillones del living. Entre Ugo y Nino, flaqueando a Parker de cada costado, lo ayudaron a transportarse hasta uno de los sofás. Anna había estado lista para abandonar el hogar familiar, pero, al hallarse sola con Parker en un momento, un comentario se le escapó que hasta ella se hubiera metido la cabeza en un hueco.

—Tu hija no se parece en nada a ti. Con tantos trabajos de encubierto y no estando con tu esposa, ¿no crees que podría no ser tuya?

El silencio fue instantáneo. Algo se había roto del agradable momento que habían disfrutado bebiendo café y jugando a Michigan. El cuerpo de Parker se tensó por entero, cuadró las mandíbulas y alzó la mirada oscura, penetrante y amenazadora, a ella.

Un escalofrío le recorrió la columna al tiempo que se le secaba la boca. ¿Miedo? No, era algo más.

—Es mía —afirmó con una voz tan grave que parecía producir terremotos—. La familia no solo se limita a la misma sangre que corre por las venas. Si el día de mañana me enterara de que la suya es más roja que la mía o viceversa, eso no modificará lo que está en mi corazón y eso es que es mi hija sin importar qué.

No se necesitan héroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora