Capítulo 13

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En cuanto se despertó, encontró un par de muletas contra la pared, junto a la entrada, con un papel en donde se leía «úsame». Sonrió y se imaginó a Giovanna al escabullirse en su habitación, pero lo más importante era que pensaba en él.

A pesar de que con ellas conseguía deambular, con dificultad dado el dolor de las heridas que curaban con lentitud, no se había topado con la médica en ninguna ocasión en días. Ella se levantaba demasiado temprano y regresaba a la casa cuando ya todos dormían. Lo evitaba a conciencia y, cuando ella llegaba un poco antes de que las almohadas los reclamaran, Nino estaba allí para entretenerlo o distraerlo o lo que fuera.

Lo amaba al hombre, pero ya estaba empalagado de su presencia.

—Nino, ¿qué demonios haces aquí? —preguntó apenas lo vio entrar en su cuarto.

—Hmmm. —La falsa inocencia que mostraba el rostro de su amigo, lo puso en alerta.

Al segundo, ingresó Anna vestida con un ambo azul de hospital y con una bandeja metálica en las manos donde traía unas tijeras, pinzas, gasas y desinfectante. Cerró la puerta tras ella y dio un par de pasos para adentrarse en la habitación.

—Tengo que quitarte los puntos.

—¿Tu harás el papel de chaperona? —soltó con cierta brusquedad a Nino—. ¿De quién, mía o de tu hermana?

—Tampoco lo tengo muy claro. ¿No puedo cuidar la virtud de ambos? —cuestionó Nino al encogerse de hombros y brindarle una sonrisa tensa.

Con torpeza, se aproximó a la cama y se dejó caer sentado sobre el colchón. Acomodó las muletas a un costado entre el lecho y la mesa de noche.

—Acuéstate —indicó Giovanna con aire autoritario.

Él trató de conectar la mirada con la de la joven, pero se la rehuía.

—Te ayudaré. —Nino lo tomó por los tobillos, pero Parker no se movió—. ¿Park?

—¿Nos dejas solos?

El ferretero tuvo el descaro de buscar los ojos de su hermana y ella le respondió con una breve sacudida de cabeza.

—Hmm, creo que no.

—¿Qué demonios? —exclamó el policía.

—Viejo, dame un respiro —suspiró Nino con frustración.

Su amigo le levantó los pies y se los soltó sobre la cama, consiguiendo que Parker cayera sobre su espalda. Anna se sentó junto a él y no perdió oportunidad de alzarle la camiseta hasta el cuello. Lo abrumó la sensación de falta de intimidad entre ambos, de la frialdad instalada y de... algo más que se le escapaba.

Parker le detuvo una de las manos sobre su pecho.

—¡Suéltame! —masculló la médica.

—Espera. Mírame, Giovanna.

Le acarició el interior de la muñeca con el pulgar y, al fin, ella fijó la vista en la suya, pero con una furia que lo encendió de una manera que le era indescriptible.

—Nino, sal —ordenó.

—¡No se te ocurra! —bramó ella.

—Giovanna, quizás si... —intentó su hermano.

—Cinco minutos —pidió Parker.

—¡No te muevas de ahí! —decretó Anna.

Nino suspiró, se cruzó de brazos y se recostó contra la pared.

No se necesitan héroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora