Capítulo 10

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Anna corrió hacia el baño, cerró la puerta tras ella y se zambulló sobre el inodoro. Esperó las nauseas y las ansias por vomitar que, desde hacía años, la habían asaltado tras tener alguna especie de contacto humano. Hasta cuando había tenido esa etapa de libertinaje en la que se acostaba con cualquier chico del secundario que le prestara dos segundos de atención, tenía que apresurarse para desahogar su estómago después de haber mantenido sexo.

No obstante, no pasó nada. No sobrevinieron las arcadas ni ningún otro síntoma similar a una intoxicación. Se quedó con los brazos colgados a los lados del agujero y miró el interior blanco y al remanente de agua. No era la mejor imagen, pero es que se sentía para la mierda, así que congeniaba con eso.

¿Qué demonios le había ocurrido para besar a Parker? Se había vuelto loca, no había más explicación que esa. El hombre al que tanto odiaba. En cuanto le había subido la camiseta y bajado los pantalones y contemplado su cuerpo, una excitación sin igual la había golpeado tan fuerte como aquellos pingüinos en la publicidad de unos caramelos refrescantes.

Estaba trastornada. Su pasado estaba revuelto por tenerlo a él en su presente, se había convertido en una melange en la que las emociones estaban revueltas. Solo tenía que mantenerse lo más alejado posible de Parker, no sería difícil. Ella trabajaba largas horas en el hospital y solo regresaba a su casa para dormir. Seguiría la misma rutina al hallarse en el hogar Moratti.

Solo que el día siguiente no era un laborable para Anna. Pero bien podría organizarse algo para estar fuera. Ya se le ocurriría alguna excusa para desaparecer de la casa.

Apenas salió de su cuarto, no se había despertado, porque nunca se había dormido, se topó con su padre sentado en uno de los sofás de la sala de estar.

Perché sei a casa? —«¿Qué haces en casa?», preguntó Ugo.

—Largo de contar, papà.

Vieni, mia cara. Guardo Salvo in TV. —«Ven, querida. Veo a Salvo en la televisión».

—Voy a la cocina, papà. No estoy de humor para Il commissario Montalbano presto al mattino. —«tan temprano en la mañana».

Ugo era fanático de la serie y, a pesar de que ya había finalizado hacia años, veía cada reposición que se hacía de esta, sin importar el horario.

C'è il caffè fatto? —«¿Hay café hecho?».

L'ho bevuto tutto. —«Me lo tomé todo».

Giovanna desarmó la cafetera Volturno, tiró el café molido usado y lo reemplazo por nuevo, puso agua y volvió a conectar cada una de sus partes, la apoyó sobre la hornalla y encendió el fuego. A los pocos minutos se escuchaba el borboteo del café listo.

Apareció su madre en la cocina mientras daba un bostezo.

—¿Qué haces en casa tan temprano? Apenas son las seis —constató Savina al revisar el reloj pulsera que le había regalado su marido para un aniversario.

—Gajes del oficio de médico. Pasé la noche aquí.

—¿Qué? ¿Ocurrió algo?

Entendía la alarma de su madre. Desde que había dejado la casa familiar, no había vuelto a dormir en esta.

—La planta baja del edificio donde vivo se prendió fuego. Así que, como hay riesgo de derrumbe, nos desalojaron.

No se necesitan héroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora