Observaba el rostro de la joven, la cual llevaba horas inconsciente. Intentó despertarla, pero no hubo forma, así que la trasladó a sus propias pertenencias y reclamó la presencia de Superbia.
—Majestad —habló el sabio entrando en la estancia—, ¿qué sucede?
Luzbell se hizo a un lado para que pudiera ver a Ceres en el lecho.
—No despierta —informó con poca energía en la voz.
—Vuestra concubina da demasiados problemas —se quejó con su aguda voz.
Superbia era, de los siete, aquel que se encargaba de todo el saber, incluidas las artes curativas. No obstante, su sabiduría era limitada, pues en el infierno la magia blanca brillaba por su ausencia.
El sabio se acercó a la muchacha y paseó su mano sobre ella, a apenas tres centímetros de distancia, desde los pies a la cabeza. Sus ojos estaban cerrados, buscando la concentración. Hizo el recorrido varias veces hasta que se detuvo en el abdomen, su ceño se arrugó.
Apartó la mano.
—Vaya...
—¿Qué sucede? —Quiso saber el diablo, alterado.
—Noto algo, pero no sé qué es.
—¿Alguna enfermedad de los humanos?
El consejero alzó una ceja con incredulidad e hizo una mueca con los labios.
—Para nada. —Se volteó para mirar a su rey a la cara—. Creo que debería llamar a Candy, ella posee conocimientos sobre magia blanca. Nos vendrá bien.
—Adelante, llamadla —ordenó.
Superbia abandonó la sala, dejándolo solo.
Se sentó a un lado de la cama y se quedó mirando aquel semblante que parecía descansar en paz, pero estaba pálido, muy pálido. Sus parpados inferiores lucían ligeramente amoratados mientras que su respiración era muy débil.
No sabía que había pasado, no quería infringirle un daño así. Solo quería verla sucumbir ante el placer, como siempre había querido verla. Le gustaba contemplar aquel rostro desencajado por la lujuria y saber que aquella pose de castidad que siempre se forzaba en mantener no era más que eso, una fachada, y que su verdadera naturaleza era tan fiera y brava como la de él.
Posó su mano sobre el brazo de ella, dejando una caricia. Sintió su piel fría, como si estuviera muerta. Agudizaba sus sentidos para escuchar sus latidos y apenas se escuchaban, era como una voz que se apagaba poco a poco.
La odiaba tanto por lo que le había hecho. La odiaba por su falta de lealtad y por su traición, pero por lo que más le odiaba era por haber despertado en él un sentimiento que era incapaz de controlar, algo mucho más fuerte que el odio. Y ese rencor que albergaba, que lo había mantenido con vida meses, comenzaba a tambalear. Estaba seguro de haber querido destruirla, incluso había afirmado que si muriera no le iba a provocar ningún tipo de piedad y, sin embargo, pensar que la vida de la joven se estaba apagando le resultaba una idea tan devastadora como para poder afirmarlo nunca.
ESTÁS LEYENDO
Rapsodia Infernal [#2]
Paranormal+21 La Rapsodia Infernal está peligrando. Ceres ha estado dándolo todo en sus entrenamientos para controlar su poder y el vínculo que la une con Elías cada vez se vuelve más profundo. Sin embargo, aún no ha podido cumplir su principal propósito: sa...