Jennie necesitaba escapar de amores tóxicos, de mentiras, de manipulaciones, de engaños, de tanta dependencia, de los hombres equivocados. Necesitaba vivir por ella misma, quererse, gustarse, no necesitar. Por eso se fue de improviso a pasar unos días a otra ciudad. Un lugar para perderse entre monumentos y callejuelas estrechas que le devolvieran las ganas de hacer cosas, de interesarse por otras cosas.
[...]
Lisa estaba agotada, vacía de amores intrascendentes, de historias sin finales felices ni tristes, de historias de amor que ni siquiera empezaban. El miedo a amar, la imposibilidad de entregarse a una persona era su obstáculo para sentir esa ansiedad del amor que te mantiene vivo. Por eso se fue de improviso a pasar unos días a otra ciudad. Un lugar para perderse entre monumentos y callejuelas estrechas en donde dejar enterrados sus miedos y empezar una nueva vida.
[•••]
Y entonces ambas se encontraron para vivir una historia de amor tan breve que nadie se dió cuenta. Jennie estaba sentada en las escaleras de aquel museo, pensando, con la mirada pérdida en no se sabe qué recuerdos.
Lisa, quién quizá por cosas del destino o casualidad vio aquella escena, se fue acercando y entonces para sus ojos fue a la mujer más maravillosa que haya visto nunca, aún derramando lágrimas. No podía ser.
Lisa secó sus lágrimas con una sonrisa y de repente desapareció. Tardó un instante en volver con la misma sonrisa de antes y unas flores robadas del jardín del museo. Jennie seguía llorando porque sus sentidos le dieron la voz de alarma cuando aquella chica la rozó. Y así juntaron sus miradas, para luego sus bocas en un beso que los removió por dentro.
Un beso entre dos desconocidas que se necesitaban urgentemente. Ninguna de las dos quería separar sus labios del otro, sintiendo cómo los temores desaparecían, cómo las inseguridades se convertían en confianza, disfrutando del placer sin obstáculos. Y así estuvieron una eternidad...
Una eternidad que duró el tiempo que dura un beso.
[Adaptación]