Capitulo 14: Perdido.

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Había pasado una semana exacta y la situación no pintaba mejor. Gabriel se había presentado con las chicas, reconociendo en ellas una genuina preocupación por su amigo.

La presentación de las obras sería ese viernes, es decir, el día de mañana. Estaban todos reunidos en una mesa del parque, eran las 5:00pm, había notas y declaraciones de todo tipo, pero ninguna daba los detalles necesarios. Todos se encontraban en silencio. Hasta que fue la propia Sofía quien expresó lo que todos sentían:

- Maldición ¿por qué le tienen que pasar cosas malas a la gente buena?

- Quizás deberíamos irnos a casa – repuso Alba bastante decepcionada – mañana es la obra y tenemos que descansar.

- ¿A quién le importa la obra? Ni siquiera podemos presentarla.

- Estuve trabajando con mi hermanito, le cuestan algunos diálogos, pero puede interpretar al principito. Si Andrés no va, entonces podemos...

- No te atrevas a insinuarlo – se le cayó una lagrima y apretó los puños – Debe haber algo que estemos pasando por alto, vamos hay que repasarlos otra vez.

- Sofía, no puedes obligarlo.

En ese momento, aquella niña ruda golpeó la mesa y abrazó a su amiga. Gabriel se levantó y con un tono frio dijo:

- Creo que Alba tiene razón. Debemos descansar, pase lo que pase, Andrés querría que fuéramos fuertes.

Todos sabían que aquellas palabras enunciaban la pura verdad. El propio Andrés querría que hicieran la obra y no perdieran la calificación.

Alba caminó hacia la parada de transporte, se le notaba decaída, agobiada, inclusive lánguida. Sofía la seguía de cerca con la misma expresión fatigada. Por su parte, Gabriel recogió los documentos y los puso en una carpeta, luego se dejó caer en una banca de madera, Diego se acomodó a un lado, no sabía muy bien que decir o como ayudar, pero al menos debía estar ahí.

- No sé qué hacer pequeño amigo, cada vez que me acerco a la verdad, esta se me escapa de las manos. Es como si fuera un cazador que nunca podrá alcanzar a su presa ¿sabes a lo que me refiero?

Ambos miraban el atardecer. Los últimos destellos de naranja desaparecían del cielo para dar paso a un azul apagado.

- Yo quisiera ser inteligente y valiente como ustedes. Si lo fuera, podría ayudarte a investigar. Pero no lo soy, lo único que puedo hacer es esperar a que esos tontos se metan conmigo.

- Eso no es cierto – le hablo Gabriel con condescendencia – eres valioso, fue por ello que Andrés se arriesgó por ti.

- Pero si fuera fuerte no me hubieran tenido que salvar, incluso la chica era más fuerte que yo.

- ¡LA CHICA!

El adolescente se sintió como iluminado por dios. Se había concentrado tanto en las cuartadas de Asmodeo y Belial que había olvidado preguntar acerca de Lilith. Salió corriendo hacia casa, dispuesto a anotar sus nuevas hipótesis.

Diego se quedó desconcertado en la banca esperando a que llegaran sus padres. No entendía que había dicho que exaltó tanto a Gabriel. Pero había sentido este nuevo aire de esperanza, así que planeó su propia estrategia para cambiar la situación.

Al otro lado de la ciudad, un chico despertaba mientras caía el ocaso. Para él, era indiferente si amanecía o atardecía, si era lunes o viernes, desde hace una semana que había abandonado la escuela. Pero ¿acaso podían culparlo?

Aquel miércoles corrió con fervor hasta que llegó a un parque, se acurrucó en una banca de madera a llorar, los transeúntes pasaban extrañados de que un infante estuviera fuera del colegio. Estuvo ahí un par de horas, hasta que el llanto de una niña lo sacó de sus pensamientos. La pudo ver lagrimeando por haber dejado caer su helado en el césped, no daba la impresión de tener más de cinco años, la madre se veía cansada, parecía que este tipo de escenas eran lo más normal.

Sus pensamientos lo llevaron indudablemente a compararse ¿acaso no era igual? Siempre necesitando que otros le limpiaran las lágrimas, la culpa dominó su conciencia. Por lo que decidió moverse hacia su casa en microbús, no era tan difícil como se lo habían hecho creer.

La casa estaba sola, pero había una llave oculta en una maceta. Al abrir, el silencio era casi hipnótico. Ni siquiera se molestó en avisarle a su madre o hermana que había escapado, sólo quería dormir, y no despertar. El pañal ya estaba mojado, a diferencia de otras ocasiones, esta vez se sentía como fracaso.

En esa tarde, la señora Helena trató de hablar con él, le pidió que se explicara, que abriera la puerta, pero simplemente no quería, cuando finalmente accedió hablar, daba respuestas vagas e inconexas. La madre se enojó, incluso lo amenazó, pero desistió cuando vio que no conseguía nada.

A los días siguientes, supo de los intentos de sus amigas por verlo. Pero no sentía energías para recibirlas, sólo quería estar solo. En la mente del pequeño, era mejor si simplemente dejaban el tiempo pasar, y se olvidaban de él. ¿Por qué tendría que hacerlas preocuparse? Estaba harto de ser una carga, y así creía luchar contra eso.

La comida no tenía sabor, los juguetes eran simple plástico y el tiempo sólo era parte de una ecuación. ¿Cuál era el sentido de levantarse?

El momento más crítico de aquel día fue cuando su hermana se enteró de aquello. Tocó la puerta casi por media hora intentando pedirle que hablara con ella, hasta que finalmente abrió. Se sentó con el muchacho al borde de la cama y habló con voz quebradiza:

- Andrés, lo que te hicieron fue terrible. Te juro que haré todo lo posible por encontrar a los culpables.

- No, no quiero que lo hagas.

- ¡¿D- De qué hablas?!

- No tiene sentido, será lo mismo... Toda la escuela lo sabe... Es un ciclo... Me recupero, entro a una nueva escuela y volvemos al mismo punto ... quizás es mi destino

- Vamos Andrés, no puedes hablaren serio.

- ¿No? ¿Cuántas veces ha pasado lo mismo? ¿tres? Mírame a los ojos y dime que todo saldrá bien.

Ana se quedó pasmada por un momento. Aquellos ojos carecían de vitalidad, toda la esperanza que caracterizaba a su hermanito estaba ausente, ante esa mirada no pudo responder. Salió del cuarto en silencio.

Así que aquí estaba, despertando a las 5:30 de la tarde. Únicamente salía para comer, en aquellos momentos, su madre aprovechaba para cambiarle el pañal, el cual se mantenía sucio por horas sin que el niño le diera importancia.

El pequeño secreto de AndrésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora