Capitulo 9: El pasado.

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Cuando yo era muy pequeño soñaba con ser como mi papá. Era un teniente hecho y derecho. Su fuerza era como la de un tractor, cuando me ponía en sus hombros, sentía que era invencible. Mi hermana una vez me contó que papá había vencido a un oso solo con sus manos, a día de hoy, todavía lo creo.

Yo era todo lo contrario, tímido, débil y retraído. A los 5 años fui diagnosticado con incontinencia crónica. Era muy joven para entender esos términos, pero me destrozaba la idea de siempre tener que llevar pañales. A pesar de ello, mi familia siempre me apoyó. Mi mamá y mi hermana siempre me mimaban. En el preescolar nunca tuve problemas, pues muchos de mis compañeros todavía no dejaban el pañal.

Los problemas empezaron cuando entré a la primaria, a diferencia del jardín de infantes, todos usaban ropa interior de niño grande. En un día particularmente terrible, tuve un accidente donde el pañal se desbordó tan grave que mojó hasta los zapatos. Ya no tenían pantalón, por lo que estuve todo el día en la enfermería sólo en pañal. Cuando mis padres llegaron tuve que recorrer todo el edificio hasta la entrada, con todos mis compañeros burlándose y poniéndome apodos.

Ese día estaba abatido, la vergüenza había sido tal que ya no quería ir a clases nunca más. Ese mismo fin de semana, mi padre nos visitó del campo militar y cuando se enteró de la historia me llevó al parque de diversiones, en la noche, se acercó a conversar conmigo y me dijo unas palabras que todavía guardo en el corazón.

- "Recuerda que un mar en calma nunca hizo a un marinero experto. A veces tendrás que sufrir, a veces la gente será cruel contigo, pero tú debes recordar quién eres. Que no te importe que se burlen, se tú mismo, porque sólo así, encontrarás gente que valga la pena"

Esas palabras realmente me ayudaron a salir adelante. Me cambié de colegio y comencé desde cero, todo iba bien hasta cierta noche.

Era tarde y unos hombres tocaron a la puerta. Los observaba a través de la escalera, se sentaron a hablar con mi mamá unas cosas que no entendía. En cierto momento comentaron algo que hizo que rompiera en llanto, le entregaron algo y se fueron tan rápido como llegaron.

A la mañana siguiente descubrí la cruda realidad, mi padre, la persona que más admiraba, había sido asesinado al intentar detener a un criminal. Aquello que le dieron a mi madre era una póliza para cobrar el seguro de vida. Mi mundo se volvió añicos ¿Ese era el final? ¿Ya no volvería a ver a mi padre? Entré en un espiral de tristeza y vacío. En las clases me mostraba distante, no reaccionaba a nada.

Mi recuperación fue tan lenta como la de mi madre. Ambos seguíamos aferrándonos al recuerdo, pretendiendo que algún día volviera. Mi hermana por su parte, cambió radicalmente. Aquella adolescente rebelde de 15 años pasó a cargar con todo el peso de la familia, hacía la comida, limpiaba la casa, incluso consiguió un trabajo a medio tiempo. Supongo que esto fue lo que inspiró más a mi madre, la cual dejó los lamentos para cuidarnos.

La dinámica era diferente, mi hermana había madurado muy pronto, y mi madre se concentró en conseguir un mejor trabajo, había veces que ni siquiera llegaba a dormir. Creo que todo esto fue lo que me desarrolló ese sentimiento de ser una carga.

El tiempo pasó y recuperé mi atención en el colegio. Sumado a eso, había hecho un nuevo amigo llamado Jacop, me había invitado a formar parte de su equipo de futbol y tenía los mismos gustos que yo por los superhéroes. Sin embargo, todo se arruinó en una clase de educación física, estábamos jugando Baloncesto y yo tenía el balón, me preparaba para lanzar un tiro cuando un chico me hizo la maldad de bajarme los pantalones, revelando mis pull ops a todos. Todos reían descontroladamente, no veía a Jacop por ningún lado. La maestra me subió los pantalones, y llamó a mi casa. Mi familia me dio consuelo, me dijeron que faltara unos días, que seguramente lo olvidarían.

Pasado ese tiempo, volví a primaria, trataba de mantenerme fuerte, mientras mi amigo me apoyara, todo saldría bien. Para mi desgracia, cuando traté de acercarme a él, me empujó, mientras gritaba que nunca sería amigo de un bebé. Si me preguntan, creo que dijo esto por miedo, creía que si se juntaba conmigo se burlarían de él.

Los días subsecuentes estuvieron rodeados por el acoso, llegó a un punto tan extremo que mi hermana fue a hablar con el director, y cómo no hizo nada, pintó con aerosol en su camioneta "Incompetente". Le cayó una multa, el caso se estaba haciendo tan grande que incluso el periódico local trató de contactar a mi madre para escribir una nota, pero ella se negó para proteger mi privacidad.

Terminé abandonando ese colegio, pensé que iba a perder el año, pero mi madre movió cielo, mar y tierra para que pudiera entrar a la escuela Claudio de Lorena. Seguía muy inseguro por todo, pero valoraba el esfuerzo que habían hecho, sentí que era mi responsabilidad, que si no tomaba esta oportunidad, estaría fallando a los valores que había aprendido de mi padre.

El pequeño secreto de AndrésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora