13.

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El cura junto a varios habitantes que dedicaban su vida y fé a la iglesia, bajaban de las colinas tras haber realizado labores comunitarios en los cultivos. Entre las tantas colinas, se escuchaban las risas de los grandiosos Madrigal, risas ocasionadas por un juego inocente de niños, algo con qué pasar en familia.

—Les daré mis saludos a los Madrigal, pueden irse, los veré en la iglesia para la misa de la tarde —dijo el padre haciendo un movimiento con su mano bendiciendo al grupo que lo acompañaba.

Después de escuchar un agradecimiento de todos, el cura caminó en dirección a los chicos Madrigal. Se detuvo en seco cuando escuchó algo que lo hizo estremecerse.

—¡Oigan enamoradas! —escuchó a un joven de quince años gritar—, ¿seguirán jugando o prefieren seguir besándose?

Sin hacer algún ruido que pudiera atraer la atención de la chica Madrigal cuyo don era una excelente audición, se acercó a la escena topándose con la mayor de la familia y la reina que visitaba al Encanto. Ambas besándose, abrazadas y riendo a los comentarios del joven.

—¿Ahora soy la gobernada? —escuchó a la reina peliplateada cuestionarse.

El padre ahogó sus ganas de intervenir por lo que estaba presenciando, todo eso era una total blasfemia hacia las palabras de Dios. Tras murmurar un "Dios, perdónalas", decidió continuar su camino en dirección a la iglesia.

(...)

—La paz del señor esté con ustedes, pueden ir en paz —finalizó el padre la misa. Mientras poco a poco las personas abandonaban el lugar, se acercó hacía la matriarca de los Madrigal, la señora Alma.

—Oh, padre, qué hermosas palabras las de hoy —saludó la señora Alma al padre.

—Me alegro que haya disfrutado ¿Me permite un momento? Quisiera hablar con usted un par de cosas.

Sin dudar, la señora Alma aceptó hablar con él, rápidamente la llevó a una de las oficinas dentro de la iglesia.

—Posiblemente no sea mi deber decirle esto, señora Alma —comenzó el padre cuando cerró la puerta—, me temo que uno de sus nietos está saliéndose del camino que Dios y las leyes de la naturaleza imponen.

—¿Uno de mis nietos? —preguntó alarmada—. Por favor padre, no juegue de esa manera conmigo, soy una señora mayor y eso es riesgoso para mí.

—Jamás jugaría con algo como esto —el padre pasó delante de ella y se sentó en la silla del escritorio —. En la mañana, venía de unos labores comunitarios y tenía toda la intención de saludarlos cuando los vi jugar... —hizo una leve pausa buscando las palabras que sean correctas para abordar la situación—. Me topé con la sorpresa de encontrar Isabela y la reina Elsa dándose muestras de afecto.

—¿Sólo eso? —cuestionó la matriarca—, son amigas, todo el mundo hace eso con sus amigos. Las muestras de afecto no hacen daño a nadie —dijo antes de levantarse de su asiento.

—Temo que no está entendiendo —rápidamente el padre la detuvo—. Señora Alma, Isabela estaba besándose con la reina. Aquellas muestras de cariño sobrepasaron la amistad.

El cuerpo de la matriarca quedó estático, una parte de ella lo tomó como una burla hacia su familia, sus invitados y a su persona; pero por otra parte el sentimiento de duda y asco comenzaba a aparecer en ella.

—¿Solo vio eso? —preguntó con temor la mujer.

—Me parece que Camilo, es quien está enterado de la situación —el padre jugó con sus manos.

Tras escuchar eso, realizó un simple movimiento de cabeza seguido de un agradecimiento, abandonó la oficina para salir rápidamente de la iglesia. En su recorrido, imploraba a Dios que todo esto fuera una broma de mal gusto.

Aquellas Flores [ElsaxIsabela]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora