Caebrán

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Alguien una vez dijo: "En sus ojos, al cerrar el capítulo final de su vida, el asesino vio lo que nunca podría ser: una vida repleta de amor y esperanzas aplastadas por su propia monstruosidad."

Canción de Caebrán: Animals - Maroon 5

Caebrán

Un veintiuno de marzo, en una tarde lluviosa, llena de relámpagos y tempestades, llegó al mundo Caebrán Fairchild. Era una contradicción andante. Era atractivo desde pequeño, elocuente y malicioso. Desprendía un carácter autoritario desde que abrió los ojos por primera vez, desde que su corazón comenzó a latir y desde que ganó la carrera de los jodidos espermatozoides y fue él quien fecundó el óvulo de su madre.

Tenía tatuajes por todo su cuerpo; exactamente, y para ser precisos, un largo camino de tatuajes que se iniciaba en su muñeca y se perdía en su ascenso, por el resto del brazo, llegaba a su cuello, a sus hombros, parte de su espalda y pechos. Desde temprana edad, Caebrán entendió que el dolor podía ser un arte, una forma de expresar lo que llevaba dentro. Con solo diez años, se obsesionó con la tinta sobre la piel, la consideraba arte, pero no fue hasta los catorce que se hizo su primer tatuaje: una serpiente que se enroscaba alrededor de su muñeca, un símbolo de la dualidad que lo habitaba.

Era amante de las perforaciones y, aunque era el prototipo típico de las películas adolescentes de chicos malos que te rompen el corazón, había una parte de él que pocos conocían: esa que admitía que le gustaba el arte y las películas románticas. Cuando quería a las personas, se entregaba completamente... pero, por supuesto, de la manera retorcida en la que estaba acostumbrado, en la que su familia lo había moldeado y finalmente convertido.

Caebrán se dejaba llevar por su corazón; era sentimental y un mundo completamente distinto a lo que parecía que era. Si lo conocías con precisión, te darías cuenta de ello. Tenía sus lados buenos, pero, como todos en su familia, los lados malos eran los más abundantes: se estresaba con facilidad, le gustaba romper cosas, necesitaba tener las cosas bajo control, disfrutaba mancharse las manos y no le molestaba pasar por encima de las personas para lograr lo que quisiera.

Él era... malo, pero no tan malo cuando conocías sus otras partes, aunque casi nadie llegaba a esa envoltura. Era muy... difícil conseguir llegar hasta ese nivel, porque Caebrán lo mantenía muy oculto, bajo llave, en el fondo de su mismísimo atractivo y maquiavélico ser.

«Poder» siempre ha sido la palabra perfecta para describirlo, porque era una de las cosas que le caracterizaba, aunque también podía ser «lealtad», porque Caebrán era muy leal. Era por eso que, de todos sus hermanos, era el que más tardaba en perdonar alguna falta. Pensaba demasiado, aunque no lo pareciera. Le gustaba todo referente al arte, sin importar si era escribir hasta pintar, le gustaba y era muy bueno con sus manos y los dedos. También era el uno de los más sádicos, pero no tanto como Crono aunque él podía descuartizar y despellejar solamente por diversión. A él no le molestaba lo que corría por su sangre, ya que siempre supo manejarlo y nunca fue un problema para él.

Cuando Caebrán tenía cinco años, se llenó las manos de sangre por primera vez. La sangre era suya, o más bien, su primera pelea en la que lastimó a su hermano Caelus. Fue un incidente anodino, pero marcado por la intensidad que siempre habría de envolver su vida. Un simple reclamo se convirtió en una batalla encarnizada en el jardín, donde ambos, en su arrogancia infantil, se golpearon con puños y patadas. La furia de Caebrán fue desatada por la necesidad de demostrar que no tenía rival, y cuando su pequeño puño golpeó el rostro de Caelus, una sonrisa cruel se dibujó en sus labios.

—¡Eres un inútil! —gritó, mientras su hermano caía al suelo, su ceja comenzando a sangrar. La mirada de Caebrán no reflejaba ningún remordimiento, solo un deseo de dominar.

Los Secretos de La Élite® [Bloody#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora