Capítulo siete: El Sabor del Engaño

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El Sabor del Engaño

De todos los animales, el hombre es el único cruel. El único que inflige dolor por puro placer.

Mark Twain

LUCY

—Mañana comienzan las clases.

Kenya levanta la vista de su copa, sus ojos afilados analizándome. No puedo evitar sentir que hay un arrecife de tormenta bajo su mirada, una tensión que no desaparece. Han pasado dos días desde que regresé de la clínica y uno desde que hablé con los chicos. Conversaciones superficiales y las punzadas en mi mente son el eco de un pasado que no puedo evitar. Se me presenta la incómoda realidad: tampoco tengo noticias de Crono.

Teodora, Sonia y Camille se agrupan alrededor de Kenya como si hubieran cavado una trinchera, rodeando a la matriarca, mientras los chicos y yo permanecemos juntos en el extremo de la mesa, como si estuviéramos en una tribu dividida. Estoy atrapada entre Cristian y Caebrán, mientras Caelus se sienta al lado de Sonia, y junto a Kenya, está Consus, con una mirada fija en el vacío.

Mis entrañas parecen retorcerse al ver la comida. Llevo todo el almuerzo jugando con mi comida sin atreverme a probar bocado. Decido llevarme el jugo vitamínico espacial a los labios, como si eso pudiera calmar el tumulto en mi interior.

—¿Crees que es una buena idea volver a la escuela después de todo lo que ha pasado, madre? —pregunta Consus, su preocupación palpable. Kenya chasquea la lengua, su rostro una máscara de confianza.

—¿Por qué no lo sería? —inquiére, elevando sus cejas perfectas, una estrategia de poder—. No podemos escondernos como si fuéramos ratas; así le damos poder a nuestros enemigos. Somos los Fairchild, y nadie jamás tendrá un estatus superior al nuestro. Siempre enfrentamos lo que sea necesario.

—No hablo de eso... —Consus ladea la cabeza, la mirada busca algo que no logro descifrar en su madre que observa en silencio—. ¿Ves cómo está el pueblo? Ignoramos lo que pasó en el portón.

—Tu padre ya se encargó de eso —interviene Sonia, proyectando su autoridad. Sus ojos se fijan en Consus—. No deben temer nada.

—No estamos "temiendo", —Consus hace comillas con los dedos—, solo siendo cautelosos después de lo que ocurrió.

Kenya apoya su copa con tal fuerza en la mesa que el sonido corta la conversación como un cuchillo, llamando la atención de todos.

—No deben preocuparse de nada. Todo está controlado —asegura la matriarca con una sonrisa que solo puede describirse como glacial.

Caebrán frunce el ceño. Una punzada en mi mano me recuerda que tengo los puños apretados con tal fuerza que me lastiman. La ironía no se pierde en mí; estoy reteniendo gritos de rabia y miedo que ni siquiera entiendo del todo.

La comida termina, y solo el murmullo de los utensilios cree romper la atmósfera de tensión. La sirvienta se lleva mi plato intacto, y momentáneamente reprimo la presión en mi pecho cuando me traen el postre: una torta de chocolate con dulce de leche y fresas. Veo las fresas como si fueran joyas, y tan pronto como la sirvienta me sirve, me lanzan a devorar el postre mientras el resto observa en silencio. Sin embargo, un timbre estridente rompe el instante cuando el teléfono de Kenya comienza a sonar.

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⏰ Última actualización: Nov 13, 2024 ⏰

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