Pecado V

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Deja este triste vecindario.

Nunca supe que amar podía doler tanto,

oh, y me vuelve salvaje.

Troye Sivan -Wild

     Transcurría el tercer domingo. Sorel siempre se quedaba unos minutos después de la última misa, la de las seis de la tarde, lo que significaba que la noche los alcanzaba estando en el templo. Aarón le había prometido permitir que se sentara en la silla grande de la oficina y cuando el joven lo hizo su rostro se iluminó, el asiento le valía mucho menos que un pepino viejo, lo que en verdad le estaba haciendo sentir placer era el hecho de observar al sacerdote ceder ante su observación; además, no tenía precio el verlo intentando acomodarse con su casulla en esa sillita tan miserable en la que lo habían ubicado a él los primeros domingos. El universitario en su interior se revolcaba como un cerdo en el fango, regocijado y feliz.

     —Dime, Sorel, ¿cómo ha estado tu relación familiar esta semana?

     —Mejor, mi madre cree que tres domingos y una bofetada después, soy un poco menos gay, ¿quién lo diría, Aarón? Después de todo, usted sí me está ayudando —sonrió y empujó hacia atrás un mechón de su cabello.

     Aarón no iba a admitirlo, pero el feligrés era un joven muy apuesto. Claro que un clérigo nunca, ¡jamás!, se fijaba en detalles como esos.

     —La idea no es que te aproveches de nuestras charlas para engañar a tus padres, sino que mejores con ellas realmente.

     —Ni siquiera mil charlas van a conseguir hacerme menos homosexual. Tendría que ser usted el mismo Jesucristo y, le advierto, Robert Powell siempre me pareció atractivo, además, no se me ocurre que «el padre Loyola» quiera morir por mí.

     Aarón sonrió y de inmediato se preguntó por qué reaccionaba así a sus provocaciones. Debería estar hablándole sobre la Palabra de Dios, no dejándose encantar por ese joven descarriado, pero es que Sorel podía ser tan ocurrente... Su línea de pensamiento siempre volaba dos pasos antes que la suya. Inclusive parecía tan feliz por el simple hecho de estar sentado en esa silla. ¿O era por haber ganado el juego de poder? Aarón lo dudaba, ¿qué tan pícaro podía ser Sorel?

     —¿Morir por ti? Si Dios me lo mandara, podría hacerlo.

     —¿En serio? —preguntó casi con horror— ¡Pues, qué estúpido!

     —¡Sorel, respeta, por favor! ¿Quieres recordar que estás en la casa de Dios? —Lo retó, aunque al universitario parecía importarle lo más mínimo ya que se levantó y fue hasta la puerta— ¿A dónde vas? ¿Ya hemos acabado por hoy?

     El joven se sentó en las bancas largas desde donde el pueblo oía la misa y miró hacia el sacerdote que se acercaba a él.

     —Sentémonos aquí. Usted, Aarón, luce terriblemente incómodo en esa silla. Quiero hablarle de cosas trágicas, pero estoy a punto de reír cada vez que lo veo. —El clérigo levantó su mirada al cielo, en una súplica silenciosa, pidiéndole paciencia a su Dios. Luego se sentó. —Acérquese más, está muy lejos —instó Sorel.

     —Puedo oírte perfectamente bien.

     —Porque estoy hablando en voz alta. No quiero que lo que voy a decir retumbe con el eco de las paredes en este lugar. —Aarón se preguntó si Sorel no estaba intentando jugarle otra mala pasada. Aún no había superado el primer encuentro. —Aarón, la homosexualidad no se pega. Incluso si se sienta a mi lado, no se va a hacer usted gay. Si fuera tan fácil, ya habría convertido a todo aquel que me discrimina y este sería un pueblo maravilloso lleno de arcoíris y lubricante.

Religare I [PecaminoSo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora