Aarón Loyola ha respondido al llamado de la fe, por lo que ahora es un sacerdote cristiano apostólico recién salido del seminario. Después de su segunda misa en la provincia en la que fue llamado a servir, recibe el encargo de una de sus feligresas:...
Sorel volvía de una reunión con las personas del coro de la iglesia cuando fue interceptado por los tres hombres que lo habían golpeado hace varias noches... Muchas personas lo molestaban, pero ese trío en verdad lo odiaba, él les tenía mucho miedo puesto que su homofobia alcanzaba niveles enfermizos. Sentía que si hubiera una ley ofertando: «Asesine un homosexual solo por hoy y no vaya a la cárcel», esos tipos lo enterrarían, no sin antes arrancarle el pene y dárselo de comer a los perros callejeros.
—Sorel... ¿a dónde vas? —preguntó Denis— ¿O vienes?... ¿Acaso de la iglesia?
Él intentó pasarles de largo, pero Saúl se interpuso en el otro lado.
—Tsk, tsk, tsk, qué mal educado, Sori... ¿No vas a responder?
—Voy a mi casa —contestó seriamente con su mirada baja.
—¿Vienes de tus reuniones cura-maricas con el padre?
—Con permiso. —Cuando giró, encontró a Ignacio.
—¿Qué tanto han funcionado esas reuniones? ¿Aún te gusta chupar pollas?
—¡A él no le gusta chuparlas! —exclamó Denis. —Lo que le gusta es que se las metan.
—¿Eso te gusta? —preguntó Saúl con tono inocente mientras en su mano jugaba con una vara de madera.
Sorel no supo de dónde la había sacado porque todo el rato había estado mirando hacia el suelo, pero en ese momento estaba pensando que lo golpearían con ella.
—El otro día te vi con ese padre —acusó Ignacio—, parecía como si hubieran estado besándose... —Sorel se puso más pálido de lo que ya estaba— Sé que suena a locura; sin embargo, el lunes Denis y yo pasábamos casualmente por aquí y te vimos entrar muy tempranito... luego empezó la misa y terminó, pero tú nunca saliste. Te estuvimos esperando mucho rato para invitarte a jugar con nosotros, Sori...
—Debo irme —Sorel se giró frente a Saúl otra vez, era más fácil escapar empujando a Saúl a un lado que intentar hacer eso con Ignacio, pero este lo sujetó cruzándole los brazos por la espalda, una vez más estaba indefenso. Odiaba ser físicamente tan débil. Denis se reía y Saúl lo miraba con una sonrisa amable, lo que solo lo hacía parecer más psicópata.
—Dinos, Sorel... ¿a qué hora saliste de ahí el lunes?
—Cuando acabó la misa me marché por la puerta de atrás. Ayudé al padre Emiliano a limpiar unas cosas y...
—¡Mientes! —exclamó Denis. —Te vimos pasar muy, muy tarde y caminabas con dificultad.
—¿Acaso el sacerdote te rompió el trasero? —preguntó Ignacio demasiado cerca de su oído.
Sorel se sonrojó, sintió un escalofrío recorrerlo por entero. Quería irse de inmediato y empezó a revolcarse, pero solo conseguía hacerse daño.
—No te comportes así —se burló Denis—, actúas como el loquito de Lucciole.
Los acosadores se rieron comparándolo con el joven de la comunidad que padecía de esquizofrenia y había tenido un par de crisis en público.
Aarón volvía del hospital, estaba ayudando con la comunión de unos enfermos que no podían ir hasta el templo. Entonces, observó la pelea que se daba en una parte alejada del parque, no lo hubiera notado si Sorel no hubiera gritando para que lo soltaran hasta que Saúl lo silenció con un puñetazo en el estómago. El sacerdote estuvo a punto de dejar caer el bolso donde traía el porta-viáticos que había contenido las hostias y correr hasta Sorel, que Dios lo perdonara ya que le iba a dar una paliza a aquellos jóvenes; sin embargo, alguien se le adelantó. Florián golpeó la nuca de Saúl sin miramiento alguno y este cayó casi inconsciente, no se tomó demasiado tiempo para acertar su puño en la nariz de Ignacio, obligándolo a soltar a Sorel quien cayó en sus pies. Antes de inclinarse a ayudarlo, miró hacia Denis quien tiró del brazo de Saúl y lo apresuró para marcharse. Ni estando loco se iba a enfrentar a aquel gigante con mirada de asesino. Ignacio había sido el primero en huir.
El joven tosía mientras intentaba recuperarse. Aarón llegó hasta ellos y se arrodilló al lado de Sorel.
—Sorel, ven conmigo al templo. Tenemos que hablar.
Florián le apartó de manera brusca la mano que sostenía a Sorel.
—¡No! Él no va con usted a ninguna parte. Manténgase alejado, ya ha hecho lo suficiente.
El hombre levantó a Sorel cargándolo sobre su espalda y se alejó rápidamente. Aarón se acercó a la iglesia, aunque lo que realmente deseaba era volver sobre sus pasos y reclamar a Sorel como suyo, pero entonces, ¿qué iba a hacer? ¿A dónde podría llevarlo para que no lo lastimaran? ¿De qué manera él era mejor para aquel muchacho que Florián? ¡Florián del averno! No había un punto en el que pudiera superarlo y eso le dolía. Cuando al fin llegó a su destino, Gary, el niño que servía como monaguillo, se acercó corriendo hasta él.
—Padre Loyola, padre Loyola, lo estuve esperando un buen rato...
—Hola, Gary, ¿en qué puedo ayudarte?
—Un muchacho me dijo que le diera esto —indicó ofreciéndole un papel doblado—. Adiós, padre Loyola.
Aarón observó a Gary correr. Los niños eran tan amables e inocentes... ¿en qué momento se volvían personas tan agresivas como aquellos tres hombres que golpeaban a Sorel? ¿Cómo eran sus vidas para tener que hacer tanto daño a los demás? Aún con esos pensamientos, abrió el papel y cuando leyó lo que decía estuvo a punto de caer sobre sus rodillas:
«SABEMOS QUE TE FOLLAS A SOREL».
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