Pecado II

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Las luces se apagan y no me pueden salvar,

mareas contra las cuales intenté nadar.

Me pusiste abajo sobre mis rodillas.

Oh, ruego, ruego e imploro cantando.

Coldplay-Clocks


     Aarón nunca había escuchado cosas particularmente escabrosas mientras oficiaba la sagrada confesión. Deseaba que ese joven de ojos grandes no le comentara algo grave como planes de asesinato... no estaba listo para situaciones tan complejas en su primera semana de servicio.

     —Tu madre cree que podría ayudarte, pero si deseas hablar con el hermano Emiliano como estaba acordado en un inicio, me encargaré de hacer una cita para ustedes —Señaló casi deseando que el hombre frente a él decidiera volver después.

     —Prefiero acabar con esto ahora. Se trate de usted o de otra persona en bata, todo da igual, lo único que espero es no tener que venir otro día... —respondió casi sin ganas.

     —La «bata» se llama sotana.

     —No me interesa cómo se llame—. Puso sus ojos en blanco como adolescente fastidiado.

     —¿Por qué estás enfadado, Sorel? ¿Tiene que ver con la razón por la que te encuentras hoy aquí?

     —La razón por la que estoy aquí es porque mi madre me obligó. Si no obedecía, me iba a correr de casa y no hay un lugar a dónde pueda ir. Entonces, sí, eso me enoja. —Aarón no se sentía sorprendido, era casi obvio que Sorel estaba ahí a la fuerza mas no esperaba el exabrupto que vino después de eso. —No estoy aquí porque quiero, no estoy aquí buscando su ayuda, no tengo fe en usted ni en su dios clasista y binario. De hecho, tampoco estoy seguro de que exista y si lo hace es un cabrón al que me gustaría pedirle que me lama las bolas. Si usted lo ve antes que yo, por favor, dele mi mensaje.

     La quijada de Aarón cayó unos centímetros mientras asimilaba lo que estaba escuchando. Miró a Sorel fijamente y en el reflejo de aquellos grandes ojos oscuros, encontró su propia imagen anonadada.

     —Bueno —respondió antes de dar un suspiro. Colocó las manos en sus rodillas porque no sabía dónde más ponerlas—. Es claro que no deseas mi ayuda. Supongo que esta es la señal para que me marche.

     Aarón se levantó dejando caer su sotana hasta tocar el piso. Estaban hechas a la medida de Emiliano quién era ligeramente más alto que él. Se dirigió hasta la salida y abrió la puerta, luego volteó hasta Sorel invitándolo a pasar, pero este aún estaba en la silla.

     —¿Qué le va a decir a mi madre? —preguntó el joven.

     —¿A qué te refieres, Sorel?

     —Dígale que hablamos durante horas, que no me corra de casa; dígale que una buena madre no debería de echar a sus hijos a la calle... dígale eso.

     —No puedo mentir, no voy a decir que hablamos durante horas cuando no lo hicimos más de un minuto.

     —Entonces siéntese de nuevo. No me voy a ir todavía. Si lo hago, ella me echará de casa— agregó en un susurro.

     Aarón cerró la puerta y volvió a su asiento.

     —Si lo prefieres, podemos hacer de esto un rito de confesión —concilió—. No tendría por qué decirle a nadie lo que hablamos aquí, ni siquiera a tu madre.

     —Si me confieso, me enviará usted a leerme la biblia entera para purgar mis pecados. Además, lo que necesito es que le diga a mi madre que hablé, que lo conté todo, que voy a estar bien.

     —De acuerdo, Sorel. No será una confesión, pero insisto en que no puedo mentir. No voy a decirle a tu madre cosas que no sean ciertas.

     —Se lo voy a contar todo a usted, Aarón—. El sacerdote sintió extraño el modo en que su propio nombre golpeaba sus oídos, hacía mucho tiempo desde que alguien le había llamado Aarón, a secas. Sorel lo notó y sonrió una vez más—. ¿Me equivoqué de nombre?— preguntó con malicia.

     —No, pero...

     —Usted me ha dicho Sorel muchas veces, sin título alguno. Soy estudiante de enseñanza musical con énfasis en piano, estoy cursando la licenciatura, así que si no empieza a llamarme «Bachiller Roque» no voy a llamarlo «Sacerdote Loyola», tampoco voy a llamarlo «Padre Aarón» por un simple y llano motivo: usted no es mi padre.

     Cierto, Aarón era su nombre, pero no estaba hablando con cualquier civil, él era un sacerdote... merecía un poco de respeto al menos. Creyó sentirse ligeramente molesto, él que era tan bueno controlando sus emociones, empezaba a cabrearse. Se cruzó de brazos, luego llevó una mano hasta su barbilla, seguramente para ocultar su asombro e impedir que esta llegara al piso. Asintió con un gesto de su cabeza porque no sabía qué cosa responder. Aquel hombre tenía una actitud desagradable, pero en cuestión de segundos, era capaz de poner mirada de cachorro y preguntar tiernamente: «¿Qué le va a decir a mi madre?»

     —La cosa es, Aarón —pronunció enfatizando en el nombre—, que mi madre espera que me cure. Ella cree que estoy enfermo o que un demonio se apoderó de mí. Sí, así como lo oye: un demonio. Ha invitado a las personas de la comunidad a orar por mi alma, en pleno siglo veintiuno me sometieron a una especie de exorcismo la noche en que estuve enfermo. Cuarenta grados de temperatura gracias a una neumonía el mes pasado y ella junto a cuatro señoras más soltaban sus letanías al lado de mi cama. Cuando convulsioné, una se desmayó. No era el demonio, ¿sabe? Solo producto de la fiebre. Cuando los médicos lo confirmaron con un buen diagnóstico, creí ver la desilusión en sus rostros. No es tan interesante una neumonía como una posesión, supongo.

     —¿Por qué tu madre y las demás señoras creen que estás poseído? —Sorel observó muy bien el rostro del sacerdote. Quería contemplar hasta el último brillo en la expresión de sus ojos cuando le dijera el motivo por el que su madre estaba volviéndolo loco.

     —Porque soy gay—. Sonrió con satisfacción—. Dígame usted, Aarón, ¿cómo puede ayudarme?

     Su corazón bombeó con fuerza. No era como si Sorel fuera el primer gay con el que había hablado, entonces, ¿por qué se sentía tan intimidado? Si tan solo no lo estuviese mirando de aquel modo, directo a sus ojos, sin mostrar vergüenza ni recato. ¿Por qué él estaba sintiendo lo que se suponía debía sentir Sorel?

 ¿Por qué él estaba sintiendo lo que se suponía debía sentir Sorel?

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Fotografía Karla Martínez 

Religare I [PecaminoSo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora