Pecado XII

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Dios, ayúdame, necesito hacerlo bien

Quieres una revelación, quieres volver a estar bien,

Pero es una conversación que simplemente no puedo tener esta noche.

Florence and the machine- No light, no light



     La noche del jueves, Aarón daba vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño.

     Padre Santo... ¿Qué debo hacer? ¿Debo dejarlo solo? ¿Debo fingir que nada ha pasado y permitir que Sorel continúe? Qué prueba tan difícil has puesto a un hijo tan débil como yo, mi Señor... Dame una señal, padre misericordioso. Aunque sea una pequeña, yo obedeceré...

     Aarón esperó por su señal durante quince minutos, pero en esa habitación no entraba ni el consuelo de una pequeña brisa nocturna. No podía dormir, así que fue al templo a rezar en búsqueda de paz. Sin cambiarse de ropa se colocó la sotana, tomó su inseparable rosario y entró por la puerta cerca de la sacristía. Lleno de fe, se arrodilló frente al sagrario a orar por la respuesta de su padre misericordioso.

     —Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, del Hijo y del...

     Cof, cof, cof —Escuchó una tos. El susto causó que dejara caer su rosario.

     —Aa...Aarón... —lo llamaron con un hilo de voz. El sacerdote recogió el rosario, se puso de pie y encontró a Sorel medio acostado en la primera banca, frente al lado derecho del altar. ¡Jesucristo Sacramentado! ¿Esta es tu señal, Padre?

     Cuando el cura se acercó, observó la condición en la que aquel joven se encontraba: Su ropa manchada de tierra y sangre, un labio roto, un ojo hinchado, dedos raspados, se tocaba las costillas izquierdas como si en ese lugar sufriera un gran dolor.

     —¡Santo Cielo! ¿Qué te ha pasado? —preguntó corriendo hacia él. Sorel rompió a llorar abiertamente.

     —¡Fueron ellos! ¡Me odian! No van a descansar hasta que me marche como Santiago... o hasta matarme...

     —Hay que denunciar con la policía a quienes te hicieron daño.

     —¡No! No, no... Tengo miedo de ellos, Aarón —respondió con un puchero—. Tampoco me creerían, dirían que yo lo propicié.

     Aarón lo envolvió entre sus brazos. Dejó que la cabeza de aquel joven herido se metiera entre su cuello y depositara ahí sus lágrimas.

     —Dime qué puedo hacer por ti ahora...

     —Aarón... Me siento tan mal... —gimoteó— pídale a su dios que arregle esto.

     —Padre nuestro, que estás en los cielos...

     —¡No! No quiero una oración que sea dicha automáticamente por todo el mundo, hable con su dios por mí... Si existe, tendrá que escucharlo, a usted no puede ignorarlo como lo hace conmigo...

     Aarón por primera vez en toda su vida no sabía cómo dirigirse a su Padre. Temía que de hacer algo mal, cerraría para siempre el camino espiritual de Sorel y eso era lo que más horror le causaba. El universitario se aferraba a él mientras temblaba, no había parado de llorar. Le acarició la cabeza, primero con desconfianza y luego con más firmeza antes de encontrar las palabras e iniciar su charla con Dios.

     —Padre Santo... te he rogado por una señal y me la has enviado... has dejado en mis brazos a Sorel pidiéndome que te hable. Tú y yo sabemos que no soy suficiente, no sé entender lo que esperas de mí. En medio de mi debilidad deseo abrazarlo para siempre e impedir que vuelva a sentirse lastimado. Señor misericordioso, lo creaste perfecto, pero hasta ahora ha sido incomprendido. Tú que no juzgas por su manera de amar, por favor, no juzgues cómo yo lo amo. Y si lo haces, entonces, esperaré sumisamente hasta el día en que deba pagar por todos mis pecados.

     Sorel había dejado de llorar porque su corazón antes marchito, estaba bombeando como un loco, subiéndosele por la garganta. Sin atreverse a apartar su rostro del cuello de Aarón, fue este quien lo sujetó de la barbilla y lo hizo mirarlo acercándose tan despacio que él tuvo tiempo de observar cómo sus pestañas le cubrían los ojos casi cerrados cuando bajaba su mirada hasta sus labios. Él mismo cerró sus ojos al sentir la boca del sacerdote acariciando su labio herido, lamiendo la sangre que aún le quedaba ahí, aproximándolo por medio de un abrazo y explorándolo con la paciencia de un santo. Sintió que su cuerpo se tornaba tibio y creyó que empezaría a derretirse en cualquier momento. El Cristo crucificado que colgaba de la pared del frente, los miraba sin recato mientras ellos se colmaban de besos. Sorel pensaba que aquella era la mejor oración que había escuchado en toda su vida. No importaba cuántas religiones pudiera probar en el futuro, ninguna fe sabría tan dulce y pecaminosa como aquella...

 No importaba cuántas religiones pudiera probar en el futuro, ninguna fe sabría tan dulce y pecaminosa como aquella

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Religare I [PecaminoSo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora