Pecado XI

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     Sorel caminaba el lunes hacia su casa, después de las clases universitarias. No era como si hubiesen sido de provecho ya que durante toda la explicación del profesor se mantuvo maldiciendo mentalmente a Aarón. Se alarmó cuando un hombre bastante alto —desde su punto de vista, un gigante— se acercó para preguntarle la dirección de una nueva cafetería. A él mismo se le antojaba un café fuerte en ese momento, uno bien amargo como su estado de ánimo, así que se ofreció a llevarlo. Sabía muy bien dónde quedaba dicha cafetería pues la había montado su hermano, el que lo golpeaba cuando estaba de mal humor, el que casi mata a su ex-novio, el que ahora, gracias a sus visitas al templo, estaba empezando a dirigirle la palabra —cabrón, hipócrita, homofóbico—. Caín y Abel tenían mejor relación fraternal que ellos.

     —Eres muy amable en mostrarme el lugar. Me han dicho que sirven un excelente cappuccino. —Sorel escuchó esa voz feliz y entusiasta tan contraria a su sentir. Miró al gigante a la cara y detectó la manera en la que uno de sus ojos se cerraba ligeramente más que el otro cuando sonreía. —Soy Florián.

     —No podría asegurarlo.

     —¿Perdón?

     —Que sirvan un excelente cappuccino, no podría asegurarlo.

     —¡Ah, eso! —rio— Pensé que dudabas de mi identidad.

     Sorel casi sonrió de vuelta, pero caminaban cerca de la plaza de la comunidad y observó a Aarón jugando fútbol con los niños que habían salido de la catequesis. Se detuvo en ese mismo instante sin que su acompañante se diera cuenta de inmediato y se adelantara algunos pasos a los suyos. Primero, pensó que perseguir una bola bajo el calor de las dos de la tarde y encima, usando una arropada sotana negra, no era precisamente algo grato... Luego, lo vio sonreír... Aarón se las arreglaba para correr con esa larga tela negra cayendo sobre sus piernas. Los niños se acercaban a él con confianza. ¡Padre! ¡Corra! ¡Rápido! ¡A mí, Padre! ¡A mí! El sacerdote tomó al más pequeño y le dio vueltas en el aire. Estaba sudando y el viento junto al esfuerzo físico habían conseguido hacer de su cabello un desastre. Jadeaba y tenía una sonrisa inmensa estampada en su rostro sonrojado por el sol.

     —¿Sorel? —lo llamó Florián desde adelante en cuanto notó su rezago. El joven salió de sus cavilaciones como si la voz de su acompañante hubiera roto el cristal imaginario en el que él caminaba. Florián siguió la mirada de Sorel— El padre Loyola, ¿cierto?

     —Hmm —murmuró a modo de respuesta.

     —¿Es cierto que te ves con él cada domingo? —Ok, ahora Sorel estaba realmente, realmente prestándole atención a ese tipo alto.

     —Sí... ¿Y cómo sabes mi nombre?

     —Eres un poco popular en la universidad, supongo... Yo oí... —Florián dudó al inicio, pero luego respondió con más confianza— Oí que eres gay. —¡Genial! Lo último que le faltaba era otro estudiante idiota chismoseando acerca de él... Sorel escuchó a los niños gritar, Aarón había conseguido marcar un gol y vio cómo celebraban corriendo enloquecidos por toda la plaza... Se dispuso a acercarse a las graderías para mirar un rato más.— ¿No me vas a acompañar a la cafetería? —preguntó el hombre alto.

     —Pídeselo a alguien heterosexual... hay muchos por ahí... —respondió antes de abandonar a Florián quien lo miraba abrumado.

     Sorel tomó asiento asegurándose de no ser visto por Aarón. Lo observó hasta terminar el partido, prestó especial atención cuando lo vio tomar una botella con agua y beberla levantando la cabeza, haciendo que su manzana de Adán se moviera un poco y apresurara la caída de una gota de sudor. No importaba lo sucio que sonara, él quería pasar su lengua por ese lugar y atrapar esas pequeñas gotas saladas... El sacerdote se despidió de los niños, algunos se le acercaron para que les hiciera la señal de la cruz sobre sus caritas sonrojadas y alegres. Luego, se fue a paso lento hasta la casa cural.

     El miércoles, Sorel se estaba volviendo loco. Después de la pelea del domingo y de su conducta acechadora del lunes, no había vuelto a ver a Aarón. Lo odiaba por ser un cobarde esquizotípico que creía en Dios a esa edad; después de todo, era como creer en Santa Claus. Se odiaba a sí mismo por ser un cabrón medio psicópata, homosexual y blasfemo que andaba por ahí cagándose en la vida de las buenas personas. También amaba a Aarón. Lo amaba por ser amable, bueno y apuesto, por escucharlo e intentar ayudarlo a pesar de sus acosos y aun así no decírselo a su madre. Incluso después de que todo se había ido a la mierda, Aarón no le había dicho nada malo a su progenitora quien de vez en cuando se pasaba por la oficina pastoral a buscar información. Necesitaba verlo. En ese momento. Inmediatamente. Sorel asistiría a la misa de seis. Cuando su padre preguntó a dónde iba y con quién, casi cae de espaldas. ¿Su hijo gay a misa un miércoles? Tal vez no todo estaba perdido con ese vástago.

     Sorel se sentó en la parte trasera del templo, pero luego comprendió que desde allí no podría ver bien al sacerdote...

     —Qué tonto soy, casi acabo oyendo la misa en vano —susurró para sí mismo antes de cambiarse a uno de los asientos delanteros del ala izquierda, esos estaban totalmente de lado en proporción a la nave central que traspasaba el templo desde la puerta al Altar. Creyó que desde ahí sería difícil que Aarón lo viera mientras oficiaba la misa. Las campanas sonaron, la congregación se puso en pie e inició el canto de entrada. El celebrante entró y saludó al altar como dictaba el protocolo y fue entonces cuando Sorel se dio por enterado, quien estaba en frente de los fieles no era Aarón sino Emiliano. ¡Demonios! Era su señal para escaparse. Cuando se dio la vuelta, chocó contra un pecho amplio. —¡Lo siento! —susurró con su mirada baja y volviendo a su posición inicial. Plan fallido. Abortar. Escapatoria. Dink, dink, dink, sonaba esa alarma en su mente.

     —No te preocupes, Sorel.

Al escuchar su nombre, el plan que empezaba a formular dentro de su cabeza para escapar del otro lado, se disipó en una débil y confusa bruma. Miró a la persona que estaba a la par, sabía que lo conocía de antes... Esa voz gruesa, esa sonrisa, el ojo disparejo... ¡el ojo! Era el tipo que iba a la cafetería de su hermano... ¿Cómo se llamaba? ¿Rosas? ¡No! ¿Flores? ¡No! ¡Florián! Sí, eso era.

     Emiliano saludó a la asamblea iniciando con la señal de la cruz y así la misa siguió su curso normal hasta que en medio de la oración colecta, fase final del primer rito de la misa, Sorel miró hacia el frente y se encontró con Aarón, sentado del lado derecho del templo, sus ojos directamente enfocados en los suyos. Se observaron casi sin parpadear durante un minuto y luego el sacerdote desvió su rostro concentrándose en la ceremonia religiosa hasta que se levantó para ayudarle a Emiliano a repartir la santa comunión a los fieles. Florián y Sorel se mantuvieron arrodillados, en realidad, este último estaba espiando a su presbítero favorito. Recordó la vez que lo provocó descaradamente lamiendo sus dedos cuando le entregaba la hostia y eso lo llevó a pensar en la vez que también los había mordido dentro del confesionario... los besos... y pronto estuvo fantaseando con poder levantar poco a poco esa sotana y aprisionar la erección de Aarón como ya lo había hecho... y bajarle los pantalones... y besarlo justo ahí... Un pequeño gemido salió de su boca, su frente estaba perlada en sudor, bastaba el olor del incienso y el eco de los cantos católicos para hacerlo sentir que estaba teniendo sexo sagrado con un sacerdote. Florián volteó hacia él con disimulado interés, pero el más bajo ni siquiera se enteró. No sabía que el hombre a su lado estaba pensando que al final de la misa debería disculparse por haberlo ofendido días atrás, creyendo que él era un gran devoto por rezar de una manera tan intensa que incluso en su frente había una arruga de dolor. 

Fotografía por Jana Peréz- Perú

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Fotografía por Jana Peréz- Perú

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