Capítulo VIII

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Granja Kent, Smallville, 2011

Se cumplía más de un mes desde que el apocalipsis zombi azotaba a la humanidad entera, no se sabía cuántas personas quedaban como sobrevivientes, era imposible calcularlo. Ya podía recostar su cabeza en la almohada y dormir un poco tranquila, siempre manteniéndose alerta, se habían repartido las guardias por parejas, los no muertos no aparecían mucho por la zona —cosa que extrañaba a todos—, se dedicaban a eliminarlos para evitar atraer a más. Siempre mantenía las guardias con Lena, su nueva e inseparable mano derecha, como le decía Alex, solo dos semanas se cumplían desde que llegaron a la granja Kent, parecía más tiempo, quizá porque ya no estaban pendientes a los móviles, computadoras, o consolas de videojuegos, muchas más cosas empezaban a cambiar para el mundo, estaban volviendo a ser primitivos y no seres independientes a la tecnología. Kara se giró para mirar a su pequeña dormir en sus brazos, Lizzie no quiso seguir durmiendo en la casa, quería estar con su mamá, como la casa no tenía tantos cuartos, tuvieron que crear un pequeño campamento en el granero, todos dormían ahí; excepto sus padres, hermana, cuñada, sobrina, Michael y su ex esposa. Eso no le importaba, si estaba con su hija, podría dormir bajo un puente si fuera necesario y, muy importante, entre más lejos estuvieran de su ex mejor amigo mejor. La rubia se sentó con mucho cuidado cobijándola con la otra parte de su cobija para que no tuviera frío y se levantó intentando no hacer ruido, no podía dormir, tenía una inquietud en su pecho.

—¿Tampoco puedes dormir? —le preguntó en voz baja Sam que estaba sentada en una paca de paja.

—No, Sam, no puedo dormir —le contestó a la morena latina—. ¿Por qué tú no puedes hacerlo?

—Seré honesta contigo, Kara, me gusta Alex —la miró a los ojos con una sonrisa triste—. No me lo tienes que decir; lo sé, está casada. Pero no tienes por qué preocuparte, yo no soy como Michael, jamás destruiría una familia.

—Por supuesto que no lo eres, Sam —no le gustó que se llegara a comparar con él—. No tienes por qué sentirte mal, ninguno puede mandar su propio corazón. Yo no quería que salieras lastimada.

—Estaré bien —le colocó su mano encima de la suya con una pequeña sonrisa—, no te preocupes por mí.

—Cuentas conmigo, Sam, puede que Kelly sea mi cuñada, pero tú también eres mi familia —le movió ligeramente su hombro como apoyo—, estaré afuera por si me necesitan, tengo una inquietud grande en el pecho.

—Ten cuidado, Kara —la rubia asintió dándole un guiño.

Se colocó su cinturón, se aseguró que tuviera el silenciador, así como el tambor de sus armas tuvieran municiones suficientes en caso de emergencia y las devolvió a las fundas. Abrió con cuidado la puerta dándole una pequeña mirada a su hija antes y salió. Comenzó a caminar a oscuras, la luna estaba siendo muy resplandeciente esa noche alumbraba de forma magistral el campo, no necesitaba sacar la linterna por momento. Su inquietud aumentaba a la medida que pasaban los días, el silencio de los cazarecompemsas cumplía quince días, eso no le entusiasmaba, tampoco sus sospechas de que Michael estaba rondando por las noches el mini bus, se imaginaba sus intenciones de robarles las armas y comida, a parte de ello, lo sorprendió en varias ocasiones mirar a Lena con cierta lujuria, ni tampoco confiaba que no hubieran zombis alrededor, podrían llamarla paranoica, algo no estaba bien.

Observó muy cerca como la silueta de una persona se dibujaba en el césped cerca del mini bus. Sacó su arma, sin todavía utilizar la linterna y comenzó a acercarse verificar qué sucedía, escuchó ligeros golpes, era Michael intentando forcejear la puerta con una palanca como creía. Kara tensó su mandíbula, no iba a dejar todo lo que les costó conseguir fuera robado, soltó algunos improperios mentales, apuntó con su arma justo en la mano que agarraba aquella palanca y la disparó sin remordimientos, tampoco quería dejarlo sin mano, no era monstruo. Solo pensaba en asustarlo —por ahora—, la palanca había caído con brusquedad en su pie, reprimió un grito de dolor empezando a dar brincos.

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