5. La invasión

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Al entrar se dio con la melodía de alguna canción que debía provenir del estudio

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Al entrar se dio con la melodía de alguna canción que debía provenir del estudio. Arrastró los pies hasta el interior de la casa, reconociendo la melodía casi al instante, y se adentró a la pequeña oficina de su padre sin llamar a la puerta.

—Llegué —musitó.

El hombre, cuyo chaleco verde amatista le acentuaba los ojos cafés, levantó la mirada de lo que fuera que estuviera viendo sobre su escritorio y la dirigió hacia su hija, parada bajo el umbral de la puerta.

—Princesa —sonrió—. ¿Qué tal todo?

—Ha sido un buen día —admitió Michelle, acercándose.

La situación con su padre era totalmente opuesta a la que tenía con su madre en ese aspecto. Le resultaba sencillo y cómodo contarle sobre su día, sobre cosas que eran triviales y algunas otras que no tanto. Detallando al sujeto tras el escritorio, Michelle se dio cuenta de que ya se había puesto las sandalias, que siempre volvía a calzarse ni bien llegaba a casa del trabajo.

—Tu mamá me dijo que ibas a llegar un poco tarde, ¿todo bien?

Surgió en la cabeza de la menor una idea que no le parecía del todo mala. Necesitaba el permiso para su improvisado compromiso del día siguiente y ninguna regla especificaba que tuviera que ser de ambos padres.

—Sí, todo bien —contestó—. De hecho... quería saber si... podía invitar a alguien a casa mañana...

<<Alguien a quien no me es del todo cómodo recibir en nuestra casa, pero ya no hay marcha atrás>>

—¿Alguien? —preguntó el hombre, girando noventa grados hacia Michelle—. ¿Viene Alessia?

—Eh... no —confesó ella. Tenía confianza con su padre, pero, a excepción de su amigo Mario, a quien conocía de años, era la primera vez que le hablaba de un chico—. Se llama Franco, es un amigo.

—No me suena...

—Es que no te lo he presentado todavía, lo conocí en el verano —explicó la castaña.

No era que Franco tuviera algo de malo, pero Michelle pensó que resaltar sus puntos fuertes le daría cierta ventaja en la situación, que se estaba tornando intimidante.

—Adora a los Beatles —añadió.

—No me digas —sonrió el padre afablemente—. ¿Cuántos años dices que tiene?

—No lo dije. Tiene más o menos mi edad, quince.

—Me parece fenomenal que un chico de su edad tenga tan buen gusto.

—De hecho, él fue el que me enseñó a amarlos —comentó Michelle.

—Así que a él le debo el placer de que mi niña los escuche...

—¿Puede venir? —Michelle parpadeó varias veces hacia su padre con una sonrisa inocente.

—Por supuesto, cariño. Déjame contarle a tu mamá cuando venga.

De cómo conocí a los Beatles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora