6. La explosión

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Le cantaron por su cumpleaños en por lo menos cuatro clases diferentes y tuvo que posar parada en frente de todo el mundo sin saber qué cara poner (o en dónde esconder la cabeza) como toda una mártir

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Le cantaron por su cumpleaños en por lo menos cuatro clases diferentes y tuvo que posar parada en frente de todo el mundo sin saber qué cara poner (o en dónde esconder la cabeza) como toda una mártir. Como fuere, el día de Michelle en la escuela fue casi como cualquier otro.

A la hora de la salida, por el contrario, el grupo compuesto por sus amigos y amigas de siempre se reunió en la puerta para confirmar los últimos detalles. Volverían a sus casas a cambiarse de ropa y recoger los regalos que tenían preparados y después irían todos a casa de Michelle para la celebración a las seis de la tarde. Era bastante simple, por lo que nada podía salir mal. Michelle llevaba años celebrando de la misma forma, conocía la rutina.

Minutos después de que el grupo se hubo separado para partir a sus respectivos destinos, Franco llegó a encontrarse con la dueña del cumpleaños y juntos emprendieron el camino a sus respectivos hogares. Michelle no recordaba la promesa pequeña que apenas por la mañana le había hecho Franco hasta que este, al llegar a su casa, le pidió que lo esperara.

—Creo que es hora de darte tu regalo —sonrió.

Asintiendo con la cabeza, la castaña aceptó esperar. Franco le sugirió que pasara para esperar dentro, pero a Michelle le azoraba la sola idea de pensar en que volvería a encontrarse con la señora Mendela, así que declinó la oferta y le comunicó a su amigo que prefería esperar fuera. Después de prometer que no tardaría casi nada, Franco corrió al interior de su casa y cerró la puerta detrás de sí.

Michelle no tenía forma de conocer algo sobre el alboroto que hubo adentro por espacio de unos minutos en lo que, con movimientos más veloces de lo que era habitual en él, Franco dejaba sus cosas en su dormitorio y corría hacia aquello que había elegido obsequiar a Michelle. La idea se le había ocurrido poco antes de iniciar las clases, su corazón daba tumbos dentro de su pecho de solo preguntarse si había sido una buena idea.

Cuando la puerta volvió a abrirse, Michelle levantó la vista que había tenido fija en la pantalla de su teléfono hacia la figura de Franco. A primera instancia, pensó que nada era diferente.

Después, desviando la mirada del rostro de Franco hacia sus brazos, en donde algo parecía estarse retorciendo sin control, decodificó la imagen de un cachorro diminuto de color beige, peludo, alegre, retozante y de orejas largas. A juzgar por el tamaño de sus patas y la forma de su cuerpo, tenía que ser mestizo. Sus respiraciones inusitadamente agitadas eran solo una prueba más de lo pequeño que era, de lo rápido que la sangre circulaba por su cuerpo, y la pequeña colita rizada moviéndose a ritmo frenético develaba a su vez que tenía que ser bastante joven.

—¿Qué...? —empezó Michelle, sin encontrar palabras para terminar la frase.

—Feliz cumpleaños, Mich —respondió Franco al llegar a su encuentro.

Por impulso natural, todavía boquiabierta, Michelle tocó con las yemas de sus dedos la pequeña cabecita del animal, el mismo que al instante le llenó la mano entera de impetuosos lengüetazos.

De cómo conocí a los Beatles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora