Tres cosas ocurrieron simultáneamente la mañana en que todo dio inicio. En primer lugar, los dos gatos que habían pasado la noche entera cantándose entre sí a todo pulmón y a lengua suelta en medio de la calle, recibieron un baldazo de agua fría por parte de la señora García (a la señora García no le gustaban los disturbios ni la indisciplina). Al mismo tiempo, unos metros más allá, el señor Pérez tropezó en la sala de su casa con la pelota de su perro, soltando al viento una sonora maldición que todos los vecinos llegaron a escuchar. Por último, justo en ese preciso instante, acostada en su cama e inmune tanto a los rayos del sol como al canto de los pájaros, Michelle no tenía idea de que en unos cuantos instantes se encontraría furiosa. Y al decir "furiosa", se quiere dar a entender que se encontraría atravesando uno de los estados de enojo más complicados e histéricos, en el sentido más ridículo de la palabra, de toda su vida. No era para menos, creería ella. No después de lo que su madre iba a hacerle... o esa sería su opinión.
Quizás le daría una pizca más de sentido al asunto recalcar que Michelle era una amante empedernida de las vacaciones de verano. Era la única temporada del año en la que podía dar rienda suelta a su libertad: verse sin deberes, sin horarios, sin trabajos que presentar, ir y venir cuando quisiera, disponer de su tiempo como a ella mejor le pareciera. Claro que ese era un asunto que su madre, tal como casi todas las madres del mundo, era incapaz de comprender.
Cometería una crueldad inhumana contra ella y su tan bien establecido principio de libertad esa mañana. La obligaría a salir de la cama a las seis de la mañana (hora en la que su subconsciente, según lo cotidiano, no estaba todavía ni a tres mil años luz de la tierra) para enviarla a la tienda de la esquina a comprar el pan para el desayuno. Podría sonar tonto y hasta cierto punto infantil, pero a Michelle le tocaría el rinconcito más sensible y oculto del alma.
Quizás fue por eso que cuando su madre, madrugadora como de costumbre, mencionó su nombre por primera vez, ella tuvo la firme intención de hacerse la dormida y seguir adelante con sus profundos sueños repletos de quién sabe qué. Pero los llamados se hicieron más intensos y más intensos con el pasar de los minutos, por lo que la muchacha casi predijo lo que luego vendría. Había pasado tantas veces que era como si lo hubiese ensayado durante toda su vida.
El momento llegó al cabo de poco tiempo como si ella lo hubiera cronometrado. De súbito, el espectro de una voz autoritaria y firme irrumpió en su habitación y rebotó por cada esquina dándole de lleno en la nuca y las orejas.
—¡Michelle!
Fiel a su plan, Michelle dejó salir un pequeño extraño sonido directamente proveniente del fondo de su adormilada garganta que flotó por el viento y se desvaneció en menos de tres segundos.
Su cerebro era un asunto aparte. Este seguía flotando cual espíritu libre por el etéreo mundo de los sueños abstractos.
—¡Voy a contar hasta tres! ¡Uno... dos... Michelle!
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De cómo conocí a los Beatles ©
Teen FictionLo que empieza como una amistad de verano terminará siendo el descubrimiento de las experiencias de la adolescencia para una chica que no se sentía preparada para crecer. *** Michelle ama dormir. Quizás es por eso que odia ser despertada temprano e...