2. La playa

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Estando tendida de espaldas sobre su cama mirando al techo y preguntándose si Franco se presentaría en su casa o lo olvidaría, Michelle se repitió por enésima vez que lo que estaba a punto de hacer era una locura

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Estando tendida de espaldas sobre su cama mirando al techo y preguntándose si Franco se presentaría en su casa o lo olvidaría, Michelle se repitió por enésima vez que lo que estaba a punto de hacer era una locura.

No era la primera vez que lo hacía. Se había escabullido varias veces de su casa con el sigilo de una gacela después de alguna de las numerosas discusiones diarias con su madre y había terminado en casa de Alessia para luego volver al cabo de unas horas, pero la situación era muy distinta. En primer lugar, no era Alessia con quien escaparía, sino con Franco. Un chico al que llevaba horas conociendo (literalmente horas). En segundo: la idea no tenía por qué funcionar. No era la ni la más elaborada, ni la más premeditada tampoco. ¿Acaso se habían puesto de acuerdo en algún detalle? Las probabilidades de fracaso eran épicas.

Estaba dispuesta a olvidarse de todo justo en el momento en que un largo silbido bajo su balcón la sacó de golpe de sus divagaciones. Se trató de una única nota melodiosa al principio, pero se transformó bastante rápido en una canción. Yesterday, para ser más precisos. Sonaba igual que hacía unas horas.

Michelle trató de convencerse por un momento de que alguien podía haber presenciado la escena del silbido en la tienda sin que ninguno de los dos lo notara y había decidido jugarle algún tipo de broma, pero hubo un factor determinante que le dijo lo contrario.

Nadie en el mundo además de él conseguiría silbar así.

Se levantó de la cama de un salto sabiendo que era algo así como la hora de la verdad, pero solo consiguió dar unos tres pasos más allá de su cama antes de detenerse en seco y que floreciera en su cabeza echando raíces una cuestión que estúpidamente había pasado por alto.

¿Cómo cuernos se suponía que iba a bajar?

Por la puerta, ni hablar. "¡Ni creas que te despegaré el ojo de encima, señorita!", si su madre la veía, podía dar por perdida su aventura (y las siguientes cuatro horas de su vida, a juzgar por cuánto solían durar los sermones de campeonato de su madre).

Sin embargo, su única opción alterna era el balcón, lo cual la dejaba con un problema aún más complicado y grave en el que no se había puesto a pensar. Eran por lo menos cuatro metros y medio desde su balcón hasta el lugar en donde Franco de seguro se encontraba, ¿cómo planeaba llegar hasta él?

Se mantuvo de pie en su lugar por un momento deseando tener alas para volar.

La canción iba ya por sus últimos versos cuando se asomó al balcón. Apoyó todo su peso en la barandilla de metal y observó hacia abajo, a Franco montando una bonita bicicleta de color negro, con un pie sobre la tierra y el otro sobre el pedal. No era insólito ver bicicletas en la ciudad, de hecho, era lo más cotidiano del mundo. Los chicos y chicas solían desplazarse de aquí a allá con bicicletas de todos los modelos y tamaños, eso si es que no se dirigían a pie a su destino.

Franco usaba ropa diferente a la anterior. Se había puesto una camiseta de color blanco y unos shorts de un suave color anaranjado que lo hacían verse aún más vivaz.

De cómo conocí a los Beatles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora