9. La puñalada

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Michelle pasó los primeros minutos de la clase callada, pero lo único en lo que podía pensar era en encontrar las palabras adecuadas para dirigirse a Alessia después de la pelea que habían tenido

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Michelle pasó los primeros minutos de la clase callada, pero lo único en lo que podía pensar era en encontrar las palabras adecuadas para dirigirse a Alessia después de la pelea que habían tenido. Eso y en mirarla de vez en cuando, ahí, a pocos centímetros de ella, cabizbaja, siguiendo las indicaciones del profesor de la hora por instinto y no a conciencia.

Michelle sabía que la había lastimado. No sabía qué tan malo fuera aquello que había querido contarle la noche anterior, pero de manera evidente le afectaba, eso se había notado desde el primer vistazo. ¿Y qué había hecho ella en lugar de comprender lo alterada que se encontraba? Había caído a la primera provocación y le había dicho más de una cosa que en realidad no había querido decir.

Finalmente, las cavilaciones no le sirvieron de nada y optó por decir la verdad, la llevara a donde la llevara.

En su opinión, era mejor ser sincera que cualquier discurso sensiblero que pudiera inventarse.

—Alessia... —siseó en voz baja para que el profesor, que se encontraba en plena explicación, no la escuchara.

Contrario a lo que la castaña pensaba, su amiga se volvió hacia ella de inmediato.

—No sé si me creas ahora... pero no quise decir nada de lo que dije hace rato —prosiguió, abriendo su alma sin decir una sola mentira—. Siento no haberte escuchado. De verdad, no hay excusa, tú siempre has estado para mí y cuando necesitabas hablar... perdón.

En la cara de Alessia se expandió una media sonrisa diminuta.

—No pasa nada —masculló.

Las acciones de Alessia eran usualmente predecibles, pero Michelle tuvo que admitir que esa en particular le había tomado por sorpresa.

—¿Qué?

Antes de que su amiga pudiera responderle, el profesor indicó a todo el salón que formara parejas para interpretar unos poemas que figuraban en uno de los libros de texto, cosa que ambas hicieron al instante. Estaban acostumbradas a trabajar juntas para todo, y esa no sería la excepción, hubiera pasado lo que hubiera pasado.

—¿Cómo que no pasa nada? —retomó Michelle, abriendo el libro sobre su mesa sin prestarle mucha atención.

—Ya sabes que a veces se me va la boca a mí también. —Alessia se encogió de hombros.

—Pero a mí más que a nadie —murmuró la castaña mordiendo su labio inferior.

—Eso no te lo voy a discutir —rio Alessia con suavidad—. Pero, lo que haya sido, ya pasó. No importa.

Ignorando el hecho de que era muy poco propio de Alessia no insistir en tener la razón, Michelle aceptó la tregua y ambas empezaron a leer juntas los poemas en silencio. Un silencio que fue roto por la propia Alessia no mucho después.

—Entonces... tú y Franco —comentó—. Creo que te lo dije.

—Tú y doscientas personas más —devolvió Michelle significativamente, subrayando un verso que le había parecido interesante.

De cómo conocí a los Beatles ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora