El Deseo

Panacota

Después del desayuno, Steve acompañó a Natasha hasta el teatro donde sería su ensayo y tal como le había dicho a su amiga, decidió buscar los materiales necesarios para volver a dibujar. Encontró, después de luchar un rato con su teléfono celular, una tienda especializada en artículos de arte. Compró un par de libretas para bocetos, carboncillos, lápices y colores. Se animó y también compró un lienzo y un kit básico de oleos, evidentemente, también algunos pinceles y otros materiales necesarios.

No pensaba hacer nada extraordinario o elaborado, solo quería soltar un poco la mano, así que no se preocupó demasiado por las marcas o calidades. A pesar de ello pasó mucho tiempo dentro de la tienda, así que cuando salió de ella ya tenía bastante hambre. Encontró un pequeño restaurante italiano a unas cuantas cuadras de la tienda. Estaba cerca de una plaza redonda con la estatua de algún prócer militar inglés en el centro, entorno a la misma había algunas bancas en las que algunas parejas, bien abrigadas, se abrazaba apretadamente o charlaban mientras calentaban sus dedos con los vasos de cartón de sus cafés calientes. A Steve le gustó la vista, así que, aun con el frío que hacía y la insistencia de la mesera de que había lugares adentro, escogió una mesa externa, cerca de la puerta. Dejó sus bolsas de compras en la silla contigua y, tras revisar la carta, pidió una orden de pasta alfredo, seguida de una saltimbocca alla romana y vino tinto.

Comió sin prisas disfrutando de la vista, de la gente que pasaba en bicicleta rápidamente, de las familias y parejas que caminaban por ahí enfundadas en abrigos, con guantes y gorros. Su chamarra tipo bomber, de pronto le pareció insuficiente para el tiempo que imperaba, pero el vino de alguna manera había aliviado el frío. De postre eligió una panacota y mientras esperaba que llegara, decidió sacar uno de los cuadernos que había comprado y un lápiz.

Miró hacia la plaza, luego hacia el cielo que comenzaba a cerrarse, las nubes grises anunciaban, a su parecer, una pronta nevada. Suspiró y bajó la vista hacia su cuadernillo e hizo los primeros trazos que pronto darían forma al paisaje que tenía enfrente.

Justo entonces, una chica salió del restaurante. Steve la miró por el rabillo del ojo, pero no le dedicó más atención, se concentró en lo que estaba haciendo. La chica era Pepper, quien se frotó las manos mientras murmuraba algo ininteligible. Le había mandado la ubicación del restaurante a Tony hacía una hora y de él no se asomaban ni sus luces. Temía que hubiera ignorado su promesa, o lo que era peor, que se hubiera entretenido tanto en su investigación sobre la fuente que la hubiera olvidado. Por suerte, un taxi se detuvo a un lado del restaurante entonces y Tony emergió de él con cierto apuro.

—¡Creí que no ibas a llegar! —le dijo Pepper.

Tony se acomodó el abrigo e hizo un gesto con el que trataba de pedir disculpas. Caminó hacia ella, para entrar a su lado en el restaurante. Una mesera pasó por la puerta antes que ellos y se inclinó en la mesa que estaba justo a un lado de ésta.

—Te dije que no llegaras tarde —recriminó Pepper a su amigo, al tiempo que entraba en el restaurante.

Tony asintió a manera de disculpa y pasó a un lado de la mesera, sin voltear a ver al cliente en ella.

—Me entretuve —dijo cuando cruzó el umbral —. Es muy interesante lo que encontré sobre la fuente.

—Luego me cuentas, ven. Ya tengo hambre.

Steve levantó la vista de su dibujo, había escuchado una voz que le sonó conocida, pero no pudo recordar de dónde o de quién.

—¿Necesita algo más? —le preguntó la mesera con una sonrisa.

—Gracias, si quiere puede traerme la cuenta de una vez.

Ella asintió, se giró sobre su flanco e ingresó al restaurante. Dentro de éste, Tony siguió a su amiga hacia el fondo del mismo, a la zona de reservados. Entonces, palideció. En uno de ellos estaban, ni más ni menos, que sus padres. Estiró el brazo y sujetó el de Pepper deteniendo su andar.