El sueño

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Tony y Pepper se detuvieron frente a la puerta de una habitación de hotel.

—Bien, nos vemos mañana temprano —le dijo ella a él —; así que no pierdas el tiempo y duerme.

—¿Pero no dices que no tenemos nada que hacer mañana?

—Te conozco, encontrarás algo con que desvelarte. Ya te lo dije, aprovecha y descansa.

A pesar de la recomendación de su amiga, Tony se sentó en el sofá de su suite, Tablet en mano y se dispuso a detallar uno de sus proyectos en proceso.



Steve y Natasha se quitaron sus ropas abrigadoras y las colgaron en el perchero a la entrada del departamento en el que estaban hospedados.

—¿Quieres cenar algo? —preguntó ella dirigiéndose a la cocina.

— Gracias, Nat, estoy bien así —Steve se sentó en el sofá, desde el cual podía ver a su amiga rebuscar en el refrigerador —. Por cierto, te agradezco que me dejes quedarme.

Ella emergió del refrigerador con una rebanada de pastel de chocolate.

—Ni lo digas, esto lo paga la compañía de baile —dijo con una sonrisa —. Además, no creo que fuera conveniente que estuvieras solo en estos días.

—Gracias, Nat.

Ella se limitó a sonreírle de nuevo.

—Ya sabes dónde están las mantas, ¿verdad? —le dijo mientras recorría el camino hacia su habitación —. Voy a llamar a James, pero si necesitas algo, sólo toca.

—Está bien, Nat. Saluda a Bucky de mi parte.

—Por supuesto — Nat entró a su habitación y cerró la puerta.

Steve, entonces, se relajó en el sofá. No tenía sueño, aunque se sentía cansado, así que encendió la televisión y dejó un volumen bajo para no molestar a su anfitriona.


Tony comenzó a cabecear mientras revisaba un plano; Steve cuando en las noticias daban las recomendaciones de entretenimiento para el fin de semana.

Se quedaron dormidos en sus respectivos sofás repentinamente.

Para Steve fue como un parpadeo. Al abrir de nuevo los ojos estaba en un lugar diferente, ya no más en el sillón de su amiga. Miró a su alrededor tratando de entender. Era de noche, hacía frío y podía escuchar el murmullo del agua corriendo cerca de él, justo detrás de él. Era la fuente conmemorativa de la Princesa Diana, cuyos márgenes parecían de marfil iluminados por la luna en lo alto. Junto a ella distinguió la figura de un hombre y como no había nadie más ahí, no lo dudó y caminó hacia él.

Tony miraba el agua de la fuente con perplejidad. Sólo había sido un segundo y de pronto estaba ahí. Comenzaba a teorizar sobre agujeros negros, cuando escuchó unos pasos detrás de él. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Steve. Al principio ninguno supo que decir, vieron como un vapor blancuzco se elevaba de entre los labios del otro cuando exhalaron un poco nerviosos.

—Hola —dijo Tony primero, encogiéndose en sí mismo para conservar el calor —. Hace frío, ¿no?

Steve asintió frotándose las manos; se animó y cerró un poco más el espacio entre ellos.

—Bastante, me pregunto si nevara hoy.

Tony miró al cielo por un breve instante.

—No lo sé, como tampoco sé cómo llegué aquí. Estaba trabajando en mi sofá y de pronto, aquí.

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