La lectura y la firma

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Steve no pudo disimular la tristeza que le provocó la ausencia de Tony en aquella noche. Podía entender perfectamente lo que éste había sentido la noche que él había faltado. Si, de alguna manera, aquello había sido una especie de venganza; bien hecho, objetivo alcanzado. Se sentía como una chinche por haberse perdido esa noche.

Abatido, permaneció sentado en la mesa de la cocina, sin moverse siquiera para intentar hacerse el desayuno. Natasha lo miró y sacudió la cabeza reprobatoriamente. Estaba peor que aquella vez que, poco antes de su boda, Sharon lo había dejado. De hecho, comparando con aquel momento, estaba más deprimido ahora. Decidió servirle una taza de café y se la dejó enfrente sobre la mesa, antes de sentarse delante de él.

—¿Qué pasó? ¿No apareció Blancanieves? —bromeó tratando de aligerar el ambiente.

Steve negó con la cabeza al tiempo que sujetaba con ambas manos la taza.

—Está enojado conmigo —dijo después.

—¿Cómo lo sabes? —Natasha le dio un sorbo a su propio café.

—Es seguro, no asistí la noche anterior. Lo peor del caso es que no tengo manera de hacerle saber que lo siento. No puedo llamarle, ni puedo ir a buscarle y explicarle las cosas.

Nat le miró un poco preocupada.

—Steve, ¿sigues pensando que es real? Lo que ese señor te contó bien puede ser sólo una historia —le repitió por quién sabe qué vez.

Steve levantó la vista de la taza.

—Quizás, pero, Nat, jamás había sentido tanta afinidad con alguien. Si, por alguna razón, que escapa del entendimiento, existe la posibilidad de que sea más que un sueño, quiero tomarla.

Nat suspiró y se encogió de hombros.

—Bueno, pero no puedes hacer nada a menos que lo veas en tus sueños una vez más.

Steve asintió. Ese era el problema, ¿y si Tony no volvía? Sólo quedaban dos días, ¡dos! Después de eso, no estaba seguro si la magia que les había permitido conocerse, también los haría perderse para siempre. Qué tal que el no hacer el esfuerzo por encontrarse en el mundo real conllevaba un castigo del universo. Sí, tal vez, exageraba.

—En algo pensaré —respondió.

Nat asintió, sabía que discutir con él sobre Tony llevaba a un callejón sin salida. Si algo tenía Steve era su terquedad.

—¿Qué harás hoy? —preguntó en cambio —. ¿A qué hora es la lectura del testamento?

—A las cinco —respondió Steve en automático. Faltaban muchas horas y no estaba pensando en ello.

—Bueno, James llega hoy en el vuelo de las nueve, iré por él después de la función de hoy. ¿Podrías recogernos en el aeropuerto? Le gustará verte.

Steve asintió, a él también le gustaría ver a su amigo, hablar con él y contarle sus penas. Natasha se levantó de la mesa y se estiró. Tenía que prepararse para irse al teatro y con ese propósito cruzó la sala, entonces notó el lienzo que Steve había estado trabajando el día interior. No lo había notado porque estaba ladeado hacia la ventana. No creyó que le molestara a su amigo si echaba un vistazo, así que lo giró suavemente hacia ella. Había un retrato a medio hacer en él, lo más detallado, sin duda, eran los ojos.

—¿Es él? —preguntó.

Steve dio un respingo y giró sobre su silla para mirar hacia ella.

—Sí —dijo.

Natasha sonrió.

—Es guapo —dijo —. Quizás puedas usar esto para imprimir carteles y ponerlos por todo Londres.

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