Un bucle

757 124 52
                                    

Una vez más estaba en aquella habitación con la chimenea encendida, era la misma, pero el halo de luz era más amplio, porque el fuego no era la única luz en ella. En esa ocasión había una ventana y una luna enorme detrás de ella. También había más mobiliario que sólo una alfombra en el suelo. Un sofá y una mesa redonda con dos sillas, una frente a la otra. Steve ya estaba sentado en una de ellas cuando Tony llegó.

—Hoy llegaste primero —dijo este último para llamar su atención.

Steve levantó la vista, se había entretenido, mientras esperaba, dibujando en una servilleta; cómo y de dónde había salido la pluma para ello, no tenía importancia. Era un sueño. Cuando vio a Tony dejó el trazo que estaba haciendo a la mitad y le sonrió.

—Supongo que estaba ansioso —dijo irguiéndose.

Tony correspondió al gesto y caminó apresurado, casi dando saltitos, hasta la otra silla.

—Yo también lo estaba, pero no pude llegar antes —dijo.

En la mesa había más de un platillo de comida que parecía delicioso, frente a ellos había una copa y en el centro una botella de vino. Se trataba de una cena. El cálido ambiente, la chimenea y la luna tras la venta, los envolvían en una atmosfera romántica. Tony sonrió suavemente y levantó la vista hacia Steve, este le devolvió el gesto, pero algo en su mirada provocó un estremecimiento en su acompañante de esa noche.

—¿Es italiana? —dijo Tony, por decir algo.

—Eso me parece.

—Es mi favorita —dijo Tony —, después, claro, de las hamburguesas con queso.

La sonrisa de Steve se ensanchó.

—También me gusta —dijo e hizo a un lado la servilleta en la que había estado dibujando.

Tony la notó y no pudo evitar sentir curiosidad al respecto.

—¿Puedo? —preguntó tendiendo su mano.

Steve le miró por un segundo indeciso, pero como siempre sucedía con Tony, cualquier vergüenza, se desvanecía; así que le entregó su dibujo a medio hacer. En él estaba la habitación desde su perspectiva, la silla vacía que ahora ocupaba Tony le daba al boceto un toque de melancolía.

—Falto yo —dijo éste en tono de broma.

—Ya no —la respuesta parecía simple, sin ir más allá del hecho de que llegara a su encuentro nocturno; pero había algo más, algo que Tony logró percibir y en la punta de su lengua oscilo una respuesta, una afirmación que también involucraba más, mucho más.

"Tampoco tú faltas ahora"

Pero no ahí, no en esa mesa, en esa habitación, no en sus sueños; en su vida. Pensar eso fue como un momento de iluminación, un conocimiento tan extraordinario que la alegría y el miedo se mezclaron, y ni una sola palabra más salió de sus labios.

—¿Comemos? —dijo Steve y lo salvó de balbucear incoherencias.

Tony asintió y Steve tomó la botella del centro. Mientras la descorchaba sus ojos miraron a Tony, quien seguía mirando su dibujo. Si no se equivocaba, había visto un ligero rubor en sus mejillas, atenuado por los reflejos dorados y rojizos del fuego. Le pareció encantador, era como si no pudiera dejar de mirarlo, quizás, pensó, podría mirarlo todo el día, sin cansarse. Solo así, incluso si no hablaban, sólo verlo era suficiente, no había paisaje más hermoso que ese. Y de pronto supo qué pintaría en el lienzo que había comprado y que permanecía en la bolsa de compra esperando ese rayo de inspiración.

Sonrió ante su pensamiento y sirvió el vino en las copas, las cuales chocaron en un brindis silencioso. Había todo tipo de comida italiana, pastas, pizzas, platillos varios, pan, de todo. No había manera de terminárselo, pero al menos lo probarían. La charla fue casual, sin un tema particular. Girando y girando en trivialidades que, sin embargo, los hizo conocerse un poco más. Hablaron sobre sus gustos, la música, el cine, el teatro, el baile, la lectura. Encontraron divertidas las diferencias, adoraron los puntos de encuentro, pero nada, nada, parecía opacar al otro.

El DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora