Cuenta regresiva II

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―¡Esos ricos, locos! ―se quejó el taxista cuando un Jaguar salió de improviso y a toda marcha de la casa a la derecha. Faltó poco para chocar con él. Tuvo suerte de haber disminuido la velocidad al acercarse a su destino.

Steve no agregó nada al comentario, se limitó a agradecer no haber chocado y en indicarle al taxista dónde detenerse, tras revisar una vez más la dirección escrita con apuro en un trozo de papel.

Mientras terminaba el retrato de Tony, decidió revisar algunos bocetos de él que tenía en su libreta, quizás para corroborar o rectificar algún trazo. En el proceso, se topó con la dirección que el señor Stark había escrito. Recordó su pensamiento de la mañana. El señor Stark le había caído bien y parecía ilusionado con su presencia en la fiesta, aunque para presentarle a su hijo, claro. Steve no creía que esa presentación diera frutos, él no quería que diera frutos, ya que por el momento y hasta nuevo aviso, estaba cautivado por el hombre de sus sueños. Si por un azar del destino pudiera encontrárselo en esa fiesta, entonces, quizás, confiaría más en los milagros.

Era poco probable tal expectativa. Así que simplemente había decidido asistir por cortesía con el señor Stark, aunque también tenía una agenda oculta. Quería preguntarle más sobre la historia de la fuente de la Princesa Diana. Tal vez, podría encontrar algún recoveco legal, algo que le diera la oportunidad de encontrarse con Tony una vez más e insistirle para verse en la realidad.

Se apeó del taxi y se dirigió a la puerta principal de aquella enorme casa. Tocó el timbre y esperó a que un mayordomo le abriera, este le miró de arriba abajo y le preguntó que deseaba. Steve sólo se había puesto un traje negro, el mismo que había usado para el funeral de Peggy, no tenía nada dorado y no cumplía con el código de la fiesta.

―El señor Stark me invitó ―dijo ―, ¿puede decirle que lo busca Steve Rogers?

El mozo asintió y le pidió esperar. Al poco tiempo, volvió, pero con Howard.

―¡Sabía que vendrías! ―dijo éste con una enorme sonrisa ―. Ho, ho, seguro que gano la apuesta. Pero pasa, pasa.

Steve habría querido preguntar a qué se refería con "apuesta", pero tenía otras preguntas en puerta. Howard lo arrastró al interior de la casa entre la muchedumbre que iba y venía, hablando, comiendo, bebiendo o bailando. Llegaron hasta un salón en el que estaba María, a quien Steve reconoció.

―Te dije que vendría ―dijo Howard triunfante, mientras Steve saludaba a su esposa.

María rodó los ojos.

―Cariño, no tenías que seguirle la corriente a este viejo chocho.

―¿A quién le dices así?

Steve rió por lo bajo.

―No es ninguna molestia...

―Por supuesto que no, conocerá a nuestro muchacho, y ya verás... será mejor que te vayas acostumbrando porque aquí tenemos a nuestro yerno.

―Howard, por favor, no presiones al muchacho.

―Pero para eso ha venido, ¿a qué sí?

Steve amagó una sonrisa y sacudió la cabeza.

―En realidad, señor Stark, he venido porque quiero preguntarle algo.

―Claro, claro, pero primero te presentaré a mi hijo. ¿Dónde está ese muchacho?

María se encogió de hombros y miró a su alrededor. No encontró a Tony, pero sí a Pepper. La llamó y ésta se acercó del brazo de su esposo.

―¿Has visto a Tony, querida? ―preguntó.

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