¿Por fin dará la cara?

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Si no eres mi tierra, ¿adónde iría
mi mar? ¿Y adónde el horizonte
estaría si no fueras mi norte?
¿En qué cielo el sol que amas, saldría

si no hubiera ni una nube mía
para darte un rocío que conforte?
Si mi tierra no eres, no hay qué importe;
vida ni aire, no hay río ni ría,

tampoco calles ni campos por donde
encuentren tus pasos estos mis ojos
a los que vuestro cuerpo corresponde.

Si al navegar el mar con sus enojos
me hace naufragar dime pues adónde
van, si no es a tu tierra... mis ojos.


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Buenaventura a 15 de diciembre de 2021

Señora mía:

No comas ansias, respuestas habrá en su momento. No está mal que no gustes de la lluvia ni del silencio, mas eso no cambia las cosas. Y sin embargo, es menester aclarar que prefiero no decir ciertas cosas; no siempre el silencio es verdad torcida ni la lluvia una jueza que nos condene al encierro. Entiendo, no obstante, lo que precisas, estimada mía. Pero, que te guste el sol y a mí la lluvia, nos hace un perfecto equilibrio natural. A veces llueve mientras el sol brilla y hermosos colores son los que en el cielo se pintan; básicamente, es el fenómeno de refracción, pues la luz del sol que nos llega contiene todos los colores. Y sin embargo, ocurre tal descomposición —la luz que se desbanda en diferentes colores— cuando atraviesa la luz los prismas que son esas partículas agua.

De ahí, que si prefieres el sol y yo la lluvia, ¡qué colores han de pintarse en tu cielo mientras de él descienden las gotas! Y yo amo eso; tu cuerpo más que nada, aunque, repito, sean nuestras percepciones distintas, eso es lo que hace el asunto interesante.

Y, ¿hay muchas cosas semejables a la obra del cielo y sus colores?
Los rumores del silencio cuando te miro son tales.

Por otra parte, concuerdo en que tienes el poder, ya lo he admitido, que tuyos mis ojos son, son tuyos desde la vez primera; y no puedo más que entregarme a ese poder, porque es dicho que ni el diablo pudo con la mujer.

El diablo también se enamora, y por el amor y sus secretos, en los que tan sabida como la mujer no hay nadie, nadie se iguala con la mujer que cuando se nos mete en el corazón, ojos no hay para nadie que no sea ella.

Sí, tienes el poder, pero también es verdad que, a la mujer le gusta ver reflejado dicho poder en la valía masculina. Así pues, no quiero dar más vueltas.

Siete de la noche, ponte un vestido rojo y sin mangas, que sea apreciable tu espalda, tus brazos largos y delicadas manos y que, no se ose el tiro del vestido a cubrir tus rodillas; visible sea la primorosa obra con que los dioses tornearon tus piernas. Porque, si mujer no hubieras sido en esta vida, y al contrario fueras hombre, yo sería, ni más ni menos, otro hombre que se enamoraría de ti.

Yo decía; siete de la noche, en el Restaurante Nerua, Museo Guggenheim Bilbao.

P.D. El vestido rojo te ha de llegar con mi carta.


Suyo, afectísmo...


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Me persiguen mis secretosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora