Grand Hotel Lamezia
Estrella estaba absorta en sus pensamientos y mirando por la ventana, afuera estaba casi oscuro, hacía frío y el viento era cada vez más intenso por no decir que silbaba en los rincones de cada ventana y puerta que tenía el hotel, no se sentía tranquila para nada y los cimbronazos del viento contra las ventanas no ayudaban nada a su estado emocional.
—¿Está ocupado el asiento? —formuló la voz de un hombre que se había parado frente a ella.
La chica levantó la cabeza y lo miró.
—¿Qué? —cuestionó, pero luego le respondió—, sí —negó con la cabeza—, no... no está ocupado.
Él se sentó frente a ella.
—No pensé que estuvieras aquí —le dijo el hombre observándola con atención.
—Yo tampoco pensé que estabas acá, creí que te habías ido con la otra parte de los pasajeros al otro hotel.
—Parece que tenemos que vernos seguido —sonrió con entusiasmo.
—Parece ser que sí —rio ella también.
—Cuéntame más de ti —contestó Valerio—. Me has dicho que venías para conseguir trabajo, pero creo que esto no estaba en tus planes, ¿cierto?
—Cierto, para nada lo estaba, se suponía que tenía que bajar en Reggio Calabria, pero terminé acá. Sin tener idea de lo que voy a hacer después de esto. ¿Y vos? Tropea, ¿y luego de ahí qué ibas a hacer? —quiso saber con genuino interés.
—Trabajar en el restaurante del hotel de un amigo.
—¿Le avisaste por lo menos que no ibas a presentarte tan pronto? —habló con algo de gracia en su voz.
—Sí, ya está avisado —rio también—, y me ha dicho que no había problema, que cuando todo se calmara aquí, vaya que la puerta del restaurante estaría abierta para mí.
—Eso es muy bueno —le sonrió y él correspondió a su sonrisa también.
Estrella y Valerio habían hecho chispas apenas se habían conocido en el avión, y volver a verse demostraba que esas chispas todavía permanecían intactas.
El silencio se instaló, incómodo, pero relajante entre los dos.
—¿Por qué crees que el capitán del avión dijo que aterrizábamos por un problema técnico y no decir que se acercaba un temporal?
—Por esto mismo —señaló afuera—, iba a generar pánico entre los pasajeros y quizás creyó que lo mejor era decir eso. Una tormenta da siempre miedo.
—Sí, tenés razón, las tormentas siempre generan miedo y más si son como la de ahora. ¿Qué crees que es esto? —preguntó por curiosidad la joven mirando desde el ventanal cómo se movía el farolito colgante y las plantas de los canteros.
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El pequeño hotel de las delicias ©
General FictionEstrella cree que la vida en el extranjero es color de rosa y con una decisión apresurada se embarca en un viaje que le hace ver la realidad de las cosas. Tras unos meses de luchar por sus sueños y saber que todo es en vano, se plantea regresar a su...