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Reggio Calabria

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Reggio Calabria

Estrella se encontraba hablando con su madre por teléfono desde hacía diez minutos atrás, comentándole los inconvenientes que tuvo desde que había llegado para conseguir trabajo, pasando por varios temporales, hasta que encontró empleo en un bar para limpiar, acomodar las mesas y atender a los clientes.

—¿Y qué pensás hacer? —cuestionó su madre esperando una respuesta de ella.

—Volver. Se me agotaron los recursos y las esperanzas que tenía al principio cuando hice este viaje —dijo angustiada—. A pesar de que tengo este trabajo, no llego para poder hacer los giros y casi ni para mí. Me dan comida y un lugar para dormir, pero no es lo mismo.

—¿Estás segura? Si regresas no vamos a poder ahorrar más para otro viaje, mi amor.

—Estoy segura. Estoy desde hace seis meses acá y no veo una solución, estoy gastando lo justo y necesario, no puedo apretarme más, solo tengo para el pasaje y no pienso tocarlo, porque ya decidí volver.

—¿Y cuándo pensás regresar?

—Mañana compraré el pasaje y espero que sea pronto.

—De acuerdo. Si esa es tu decisión, está bien. Solo espero que no te arrepientas, porque vos quisiste irte a probar suerte a otro país y encima al otro continente, ni siquiera algún otro de por acá cerca —la voz de su mamá sonó un poco molesta.

—¿Otra vez vas a empezar con lo mismo? —le formuló casi desesperada—, si lo hice fue porque pensé que era lo mejor, la familia no está pasando por un buen momento económico y se me ocurrió este viaje que creí adecuado, en vez de apoyarme, parece que te quejas de que me haya ido.

—Me quejo porque no sos tan grande y me quejo porque te diste cuenta de que no es como creías que era todo fuera del país.

—De alguna manera tenía que darme la cabeza contra la pared, ¿no? —anunció intentando apaciguar las cosas entre ellas.

Estrella y su madre no se llevaban mal, pero su progenitora siempre intentaba abrirle los ojos hacia el mundo, un mundo que ella creía casi color de rosa, hasta que sus padres le permitieron salir del país para buscar su propio camino con la esperanza de conseguir el trabajo de sus sueños y se vio de frente con la cruda realidad, con aquella que le había truncado el mundo de fantasías que creía en verdad.

—Entonces, ¿volves? —insistió su madre.

—Sí, vuelvo. Mañana compraré el pasaje para la fecha más próxima, haré la valija y regresaré a Argentina.

—Y una vez acá, ¿qué pensás hacer?

—Buscar trabajo y sino, ponerme a hacer algo por cuenta propia, pero no voy a quedarme de brazos cruzados.

—La carrera que estudiaste tampoco te ayudó mucho —le tiró una indirecta.

—Madre mía —expresó con un dejo de resignación—, no sé si cortarte la llamada o qué —apretó el puente de su nariz—. La hice porque me gustó, nadie sabía que no iba a poder encontrar trabajo, en serio, mamá —le instó para que dejara de quejarse—, no quiero discutir, ya entendí que cometí un error, no creo que me pase una segunda vez —dijo en un suspiro.

El pequeño hotel de las delicias ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora