Sinopsis

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Las farolas titilaban bajo el aguacero de aquella noche invernal. Los pasos apresurados de una pareja se apagaron a la vez que una campanilla resonaba al abrir la puerta de una cafetería cercana. La luna se escondía tras las nubes creando un ambiente cargado de misterio mientras los rayos iluminaban aleatoriamente el cielo nocturno. En un callejón estrecho, las únicas luces que luchaban por alumbrar se apagaron cuando una figura envuelta en llamas cayó sobre el suelo encharcado.

El estruendo del choque contra el asfalto sobresaltó a un pobre borracho entre cartones y montones de basura que se resguardaba del gélido viento apoyado en una pared de ladrillos rojizos. El hombre, confuso, se llevo la mano a la cara y se frotó los ojos mientras la figura se ponía en pie. Los ojos del mendigo casi se salieron de sus orbitas cuando contempló como, de la espalda de aquel ser, se extendían dos grandiosas y espléndidas alas blancas que a penas cabían en el callejón. Tras unos instantes de confusión, en que el hombre dudó de su cordura más de una vez, el ser desenfundó un pequeño cuchillo de su cintura y lo acercó a su espalda. Con movimientos decididos, el cuchillo atravesó el ala de la criatura en su base, donde permanecía unida a su espalda, una y otra y otra vez. El ala derecha del ángel cayó al sucio suelo de la callejuela a la par que minúsculas chispas grisáceas se desprendían de ella, desintegrándola hasta dejar a penas un montoncito de cenizas y otras tantas pululando por el aire.

Tras repetir la misma acción con el ala opuesta y sin emitir ningún sonido, el ángel quedó libre de sus alas, y dos senderos surcaron su espalda descubierta formando dos ríos sanguinolentos por esta. La criatura, sin darse por satisfecha, acercó la hoja a su cuello y, agarrándose la larga melena caoba, la cercenó a la altura de !a nuca y dejó caer el resto a sus pies descalzos. Una vez terminada su tarea, dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo y la hoja que empleó para su cometido se le resbaló de las manos y se precipitó hasta el suelo. El viejo, aun sin creer lo que tenía ante sus ojos, observó con detenimiento la figura mutilada y se empequeñeció entre la basura para no ser visto. Tras unos segundos, el ángel caído emprendió un paso lento pero firme hasta la salida del callejón, dedicando una mirada gélida al anciano que, al ser descubierto, detuvo su respiración y apretó los párpados, temblando bajo su carne. El sonido metálico que producían las cadenas atadas a los grilletes de las muñecas del ángel indicaron al borracho que el ser había abandonado las cercanías cuando este se volvió inaudible.

Tardó unos minutos más en abrir los ojos, y quien sabe cuánto en que su respiración y sus latidos adoptaran un ritmo normal. Cuando hubo conseguido calmarse, se arrastró con todo el sigilo del que era capaz hasta el charco de sangre diluida que impregnaba el asfalto y miró la hoja del cuchillo con recelo. Un resplandor azulado recorrió el instrumento y en un momento ya se encontraba en las manos del anciano. Tras observarla con detenimiento, se pasó la mano libre por la barba descuidada y nudosa y, segundos después, se atravesó el corazón.

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